Hace un mes ha vuelto a subirse de nuevo a
los escenarios, tras un parón de cuatro meses en el que ha modificado la mayor
parte de su técnica y enfoque vocales. Raquel Andueza, soprano pamplonica y
máxima referencia en España, desde hace años, en el repertorio de los siglos
XVII y XVIII, habla por primera vez, de forma extensa, profunda de su recuperación, del proceso que ha vivido en Italia los primeros meses del
2018 y de su visión –heredada de sus maestras del New Voice Studio– de una epidemia
vocal a nivel mundial que afecta a más cantantes de lo que cabe pensar. Una entrevista que marca el renacer de la voz del Barroco por
antonomasia en el panorama español.
-¿Cómo te encuentras vocal y anímicamente?
-Estoy realmente bien. De ánimo
estoy feliz, porque he visto la luz después de un proceso larguísimo de
oscuridad, por lo que estoy más contenta y aliviada que nunca. Vocalmente me
encuentro muy bien, cantando con una facilidad que no me imaginaba.
-¿Cómo te diste cuenta de que algo no iba como debía en tu
voz?
-El proceso que me llevó a parar
fue progresivo. Comencé a tener dificultades para cantar, sobre todo para
acceder a la zona aguda. En ese momento no me planteé nada extraño, solo
buscaba justificaciones, pensando que estaba cansada, que había tenido un viaje
largo, que mañana será mejor, que tal vez llevaba muchos conciertos seguidos, que
solo necesitaba parar unos días… Pero de pronto me fui dando cuenta de que esos
fallos y dificultades se iban instalando en mí y no me dejaban nunca, aunque
durmiera diez horas la noche anterior. Pensé que, como habitualmente juego
tanto con la voz, para expresar y para contar las historias –muchas veces es
como que mentalmente se «aparta» la técnica para todo ello–, quizá me había
hecho daño en las cuerdas vocales. Entonces visité un par de
otorrinolaringólogos en Madrid, especializados en cantantes, los cuales me
inspeccionaron y me dieron un diagnóstico totalmente positivo: las cuerdas
estaban perfectas. Por tanto, o bien era algo técnico, o bien algo psicológico.
En ese momento me quedé sobrecogida, porque cuando no encuentras una solución a
algo que te está pasando, primero piensas que te estás volviendo loca; después
llegué a pensar hasta que se me había olvidado cantar. Técnicamente estaba
haciendo cada día lo mismo, con un repertorio muy estable, pues no soy una
persona que haya forzado la voz en ese sentido, sino que siempre he dejado que
el instrumento crezca de manera natural conmigo, intentando no someterlo a
repertorios o registros que pudieran romperlo. Siempre he sido muy consciente
de que mi instrumento me tiene que durar toda la vida. Si se me rompe un
violín, puedo adquirir otro, aunque el sonido no sea el mismo, evidentemente;
pero no la voz.
Después acudí a otra foniatra,
esta vez en Pamplona, que me volvió a inspeccionar y me dijo lo mismo. Todos
coincidían en que tenía unas cuerdas como una persona de veinte años, muy
frescas y sin ningún tipo de problema. Sin embargo, esta especialista fue la
que descubrió que tenía otro problema: la laringe un poco rotada y el hueso
hioides un poco torcido hacia abajo –debido a un latigazo cervical por un
frenazo con el coche, que me sucedió meses antes a esa visita–. En ese momento
se me cayó el mundo encima, porque aquello me sonó a intervención quirúrgica y
al fin del mundo. Afortunadamente, la Dra. Ana Martínez Arellano volvió a poner
todo en su sitio con sesiones de osteopatía vocal –una técnica llamada
osteovox, que es bastante novedosa en España, pues se hace sobre todo en
Francia–, en las que, a lo largo de cinco meses, dos veces por semana, estuvo
colocando poco a poco todo lo que estaba desplazado en su lugar correcto. Ella
me dijo que siguiera cantando, dado que a las cuerdas no les pasaba nada.
Entonces adapté un poco el repertorio con La Galanía, evitando aquellos
registros que me resultaban más incómodos, seleccionando de forma muy concreta
qué obras sí y cuáles no podía cantar. Sin embargo, cuando terminó todo el
proceso, me di cuenta de que, al haber estado forzando todo durante ese tiempo
en el que no sabía qué era lo que me pasaba, me rompí técnicamente. Era incapaz
de cantar con la facilidad con la que lo hacía dos años atrás.
Fue en aquel momento cuando, por
una casualidad de esas que no te esperas –siempre he dicho que tengo suerte
hasta en lo malo–, mi amigo el musicólogo Álvaro Torrente me envió por Whatsapp
un enlace con un mensaje en el que me decía «creo que esto te puede interesar»;
el enlace llevaba a un artículo del periódico The Guardian, que se titulaba
algo así como Por qué
las estrellas como Adele no dejan de perder la voz. Hablaba de
casos como el de Rolando Villazón, Adele, Cher, Natalie Dessay… combinando
varios géneros de la música vocal. En el artículo, el cirujano de Adele contaba
que, aunque era la segunda operación a la que le iban a someter, no había
problema, le quitaban aquello malo que tuviera en sus cuerdas y en un mes
estaría de nuevo cantando. A mitad del artículo, el periodista dio un giro y
habló de dos señoras norteamericanas, Marianna Brilla y Lisa Paglin, que viven
en un pueblo de Italia, que son especialistas en voz y que dicen que lo tienen
que hacer estos y otros cantantes no es operarse, sino aprender a cantar bien.
Daban una serie de explicaciones de su manera de trabajar. En cuanto leí su
visión del canto estuve segura de que iban a poder ayudarme. No lo dejé caer en
saco roto y les escribí inmediatamente, contándoles mi caso. Al cabo de una
semana recibí su respuesta, y a principios del septiembre pasado me fui quince
días a conocerlas; allí comenzó todo mi proceso.
Un proceso que te ha llevado a modificar gran parte
de tu técnica vocal. ¿En qué ha consistido el cambio?
A lo que estamos acostumbrados
cuando vamos a trabajar con un profesor de canto es a llevarle las obras en las
que tienes algún pasaje con dificultad, para que ellos te den una serie de
soluciones concretas, más o menos rápidas, que te lleven a un buen resultado en
ese momento. Pero cuando fui a Italia y las conocí, tras la primera sesión me
di cuenta de que esa no era, ni mínimamente, su manera de trabajar. Ellas no
ponían «parches», sino que reestructuraban todo el instrumento en su totalidad.
Mi cambio ha sido total, de raíz: la manera de respirar, de emitir, el concepto
del sonido, cómo hay que sentirlo, cómo cuidarlo, cómo hay que pronunciar, de
qué forma se puede mantener ese equilibrio entre sonido y texto. He profundizado
en la voz como nunca pensé que se pudiera, gracias a estas dos especialistas
que ven el instrumento de una forma totalmente fisiológica, orgánica y
completa, como una unidad. El proceso fue muy duro, sobre todo porque fui allí
pensando que me iban a solucionar los problemas que tenía en unos días, dado
que ya tenía el instrumento en su sitio, la laringe en su lugar, el hioides
donde tenía que estar. Pensé, «en una semana, con unos consejos y unos
ejercicios, todo listo…». En absoluto. Sin embargo, lo más tremendo fue darme
cuenta de que tenía que corregir no solamente vicios adquiridos con el tiempo,
sino aspectos básicos que yo siempre había hecho mal, que me habían enseñado
mal. De pronto me di cuenta de que todo podía ser mucho más fácil; fue aquí
cuando me quedé en estado de shock,
porque admitir que gran parte de lo que has estado haciendo no está bien, y
asimismo darte cuenta de que tampoco nadie te lo había enseñado de esa manera,
que nunca hubiera escuchado a ningún profesor de canto o a ningún colega hablar
del instrumento en esos términos, es realmente duro. No estoy criticando, por
supuesto, a los que han sido mis profesores de canto –ni a los que no lo son–,
puesto que todos dan lo mejor de sí mismos, sino que simplemente ahora he
tenido la suerte de experimentar que todo se puede hacer de una manera más
sencilla; ahora percibo que existe un sistema de técnica de canto, bastante
globalizado, que tal vez no nos ha hecho la vida tan fácil. Con esta
perspectiva encuentro que cantar es fácil, pero que muchas veces nos lo hacemos
difícil. Estas dos profesoras –ambas sopranos– son especialistas en cantantes,
pero también en actores, presentadores, locutores de radio… trabajan con
personas que usan su voz como medio de vida. Y esta es otra cosa que me ha quedado
muy clara: si no hablas bien, no vas a poder cantar bien. Estuvimos trabajando
también en mi voz hablada, la cual yo pensaba que tras todo el proceso iba a
sonar mucho más aguda, más «colocada» como cantante lírica; sin embargo,
terminó acomodándose de una forma natural más o menos una cuarta descendente en
relación a antes de todo el proceso. La sensación de hablar y cantar sin
cansarse es maravillosa. Ahora en los conciertos te puedes agotar mentalmente,
pero no vocalmente. Puedes estar cantando muchas horas sin ningún tipo de
cansancio. El camino fue duro también cuando me di cuenta de que tenía que
parar, no podía seguir compatibilizando mi agenda con las épocas de formación
en Italia. La nueva técnica se estaba asentando y eso me impedía utilizar la
antigua. Estaba en tierra de nadie. Llegó un momento en que sentí que no podía
salir a un escenario y practicar mi máxima, que es la de ser honesta con la
música, con el público y con mis compañeros de escenario.
Por tanto, con las profesoras y la foniatra –con la que siempre hemos mantenido contacto– decidimos que había que parar. Ellas ya me habían avisado de que llegaría un día en el que no podría seguir cantando hasta que todo estuviese asentado. Por tanto, tuve que cancelar todos los compromisos para quedarme en Italia trabajando de lunes a domingo con ellas. Sin un día de descanso, pues se entregan en cuerpo y alma. Por supuesto, me han ayudado mucho en esta parte psicológica, en el sentido de no tener ningún tipo de ego ni vanidad posible –creo que yo no lo tenía muy arraigado anteriormente, simplemente he intentado hacer mi trabajo con la mayor dignidad y honestidad que he podido, pues la música siempre está por encima de mí–. Además, cuando te das cuenta no solamente de que tienes que empezar de cero, sino también borrar prácticamente todo lo que has estado haciendo hasta ahora y deshacer todos los malos hábitos, para empezar de nuevo a respirar de una manera de mucho más fisiológica, a emitir de una manera mucho más orgánica, a pronunciar de una manera mucho más natural… da vértigo. Mis profesoras siempre me dicen que si no se entiende lo que estás cantando, es que lo estás cantando mal. Encontrarte de pronto con otro instrumento, totalmente nuevo, te da mucho miedo. Además, al ser todo tan orgánico y real, te encuentras más desnuda cuando sales a cantar, pues no hay ningún escudo; está todo abierto. También me dio pánico cuando poco a poco me fueron quitando todos los vicios y malos hábitos, de tal forma que me quedé con la esencia de la voz, que era muy pequeña. A mitad de febrero tenía una voz como si tuviera catorce años; en ese momento tuve miedo y me planteé, ¿cómo voy a hacer algo con esto? Sin embargo, ellas han estado a mi lado en todo momento, y por otro lado sabía que ese trabajo que estaba haciendo era el que tenía que hacer; por supuesto, nunca perdí la confianza en ellas. De esta manera, poco a poco, sin forzar ni añadir nada extra, fuimos añadiendo la paleta de colores, para que la voz suene como tiene que sonar.
Sientes miedo, vulnerabilidad,
fragilidad e incluso llegas a plantearte cosas tan absurdas como: ¿por qué me
ha pasado esto a mí? ¿Tendrá algo que ver con el karma, el universo está
tratando de decirme algo? Llegas hasta ese punto, al de hacerte preguntas que
jamás piensas que te vas a formular. Durante el proceso, en el que pasé catorce
semanas de mi vida en Osimo, un pueblo muy bonito, pero realmente pequeño de
Italia, el contacto con la realidad y las relaciones sociales se redujeron al
máximo, ciñéndose a los estudiantes que están ahí a la vez que tú. Se creó, por
tanto, un ambiente muy especial y casi familiar con los compañeros, pero
especialmente con ellas que, si bien a nivel profesional son algo que no había
encontrado en toda mi vida, a nivel humano conozco a muy pocas personas que
desprendan tanto amor, generosidad y sabiduría como ellas. Para mí Marianna y
Lisa han sido un sustento increíble, también a nivel psicológico, pues ellas,
en el proceso, ya saben lo que vas a pensar, a sentir, saben que de pronto vas
a tener que aceptar que llevas muchos años haciendo cosas que no estaban bien,
le quitan importancia a todo, te animan, te hacen reír, pues lo importante son
los progresos que se van haciendo. En esos momentos en lo que te sientes como
una niña de quince años, dudando de que vayas a poder hacer algo con tu voz,
las ves tan contentas, siempre tan positivas, que te das cuenta de que sin
ellas no puedes llevarlo a cabo. Por supuesto, tampoco sin el apoyo de toda mi
familia, que ha estado pendiente de mí en todo momento. También de mis amigos,
que no me han dejado en paz, en el mejor sentido, y menos mal, porque ha sido
fundamental para mí. En este aspecto me he llevado, además, algunas sorpresas
de personas que han aparecido para preocuparse por mí y que no esperaba;
también de colegas de profesión, porque supongo que aparte del cariño personal,
en un momento así, cuando le pasa esto a un colega, seguramente te planteas que
te puede pasar a ti y empatizas de mayor manera. Y, sin embargo, ha habido
personas que se han apartado, que han desaparecido. Vivencias así te enseñan
quiénes están a tu lado y quiénes no. Ha sido un aprendizaje global, en el que
te das cuenta de que casi nada es realmente importante, relativizas mucho y lo
observas todo desde fuera, porque desconectas de todo –redes sociales,
conciertos, viajes…– Aprendes a ver claramente el ego, la vanidad, la
superficialidad, y te das cuenta de que estamos rodeados de ruido, el cual nos
distrae y no nos deja centrarnos en lo que es realmente importante: en nosotros
mismos, en nuestro trabajo y en ser honestos con lo que hacemos. También he
aprendido que no hay que tener miedo a mirarse dentro y a aceptar que quizá hay
algo que no estamos haciendo bien. Yo he cambiado, y no solo en el aspecto
vocal, ya que este proceso no te deja indiferente. La perspectiva vital es muy
distinta. Creo que una experiencia así te hace ser mejor persona. Es lo mejor
que me ha podido ocurrir, a pesar de lo mal que lo he pasado, sin saber si iba
a tener que dejar de cantar para siempre.
Conociendo tan bien la filosofía de tus profesoras, y ahora que te has formado según sus enseñanzas, ¿cuál crees que es problema o lo que está pasando para que haya tantas personas con problemas de voz, debido a una técnica que, según las consideraciones de tus maestras, no es adecuada?
Conociendo tan bien la filosofía de tus profesoras, y ahora que te has formado según sus enseñanzas, ¿cuál crees que es problema o lo que está pasando para que haya tantas personas con problemas de voz, debido a una técnica que, según las consideraciones de tus maestras, no es adecuada?
Cuando
llegué a Italia me di cuenta de la dimensión de todo esto. Como ya he dicho,
Marianna y Lisa tardaron una semana en responderme, ya que de la misma forma
que yo les escribí para buscar una solución a mi problema, así lo hicieron
otras 22.000 personas –sin exagerar, fue el número de correos electrónicos que
recibieron las tres primeras semanas tras la aparición de ese artículo en The
Guardian–. Así que por lo que se ve, se trata de un problema grande. Hay que pensar
que estamos hablando de 22.000 personas de diferentes partes del mundo que
admiten que tienen un problema, que necesitan ayuda y que están dispuestas a
viajar a Italia. Mis profesoras hablan de «epidemia», son miles de personas las
que están pasándolo mal con su voz. Debemos pararnos a pensar qué está pasando.
Empezando por la contaminación acústica, que tanto daño nos hace, ya que hay
muchos decibelios allá donde vamos, sobre todo, paradójicamente, en sitios
donde se socializa, y muchas veces hay que gritar para hacernos entender. Eso
hace cincuenta, setenta, ochenta años, no ocurría. Pero, asimismo, hace ochenta
años, los cantantes podían cantar hasta el final de su vida. Si se escuchan las
grabaciones de aquella época, y dejando a un lado las sonoridades raras y las
frecuencias de grabación extrañas que les hacían obtener esa particularidad
sonora tan habitual, te das cuenta de que son voces muy sanas. Para Lisa y
Marianna, Luciano Pavarotti –sobre todo en los primeros años– ha sido el último
en cantar realmente de esa manera orgánica. Después, no se sabe muy bien debido
a qué circunstancias –si por el crecimiento de las orquestas, por la subida del
diapasón, por los auditorios cada vez más grandes (aunque paradójicamente con
mejores acústicas)–, ellas afirman que se dejaron, de manera gradual, de hacer
las cosas de forma natural para instalarse en una nueva manera de cantar. No
hay más que ver vídeos de cantantes antiguos –y no solo en el canto lírico,
sino también en la música pop–, para ver cómo cantaban: facciones de su cara
relajadas, sin tensiones en el cuello, sin gestos de esfuerzo, sin las bocas
tan abiertas… Y sin embargo ahora es muy difícil encontrar a un cantante, de
cualquier tipo de disciplina, que cante de esa forma. Nunca me lo había planteado,
y yo era la primera que cantaba con gestos raros y haciendo cosas que no debía.
Ahora sé que lo que me ocurría era que me costaba cantar, que no estaba
haciendo las cosas bien. No sé si quizá nos hemos metido en una dinámica en la
que el público puede que valore más el esfuerzo que la facilidad –lo veo mucho
en cantantes de pop, que se desgañitan y muestran gestos de dolor y de esfuerzo
físicos, como si fuera un recurso expresivo o de mérito–. Y ya no quiero hablar
de esos concursos de talentos donde van niños de cuatro, ocho, doce o quince
años –o dieciocho– intentando cantar como Whitney Houston y rompiéndose la voz
mientras el público enfervorecido aplaude.
Lamentablemente conozco a bastantes cantantes, sobre todo del mundo sinfónico,
que se tienen que tomar un ibuprofeno antes y después de cantar. Hay otros
muchos que tienen dolores de cuello y de espalda después de salir a cantar a un
escenario –entre los que me incluía yo–. Pero aceptamos todos esos problemas y
tensiones como parte de nuestro oficio, cuando ahora me doy cuenta de que no
debería ser así. Mis profesoras lo comparan mucho con el ballet. Si observas a
los bailarines, están realizando un trabajo interno muy intenso, pero en sus
movimientos no se percibe nada más que facilidad, flexibilidad, agilidad y
tranquilidad. Otro aspecto a reflexionar es que la mayoría de las carreras cada
vez son más cortas. Y lo aceptamos. Aceptamos que un cantante cumpla cuarenta
años y tenga que dejar de cantar. Antes esto sucedía cuando uno se retiraba a avanzada
edad. En este momento, una gran mayoría, con treinta, treinta y cinco años,
empieza, empezamos, a tener problemas. ¿Qué es lo que está pasando? En vez de
preguntarnos e intentar solucionarlo, aceptamos el dolor, las tensiones, los
nódulos, el tener que operarnos, como parte de la carrera. No, no, no. ¿De qué
estamos hablando? ¿No sería mejor preguntarse si lo estamos haciendo bien? ¿Por
qué somos tantos? ¿Qué pasa con esta epidemia de la que ellas hablan? Tal vez
habría que plantearse cambiar algo, hacerlo todo más fácil para no acabar mal.
A esto es a los que mis profesoras han dedicado quince años de su vida, a
investigar acerca del instrumento; y solo cuando tuvieron clarísimo lo que
pasaba es cuando se pusieron a dar clase. Ya llevan veintisiete años. Yo he
estado en ambos lados; y ahora que estoy instalándome en este nuevo camino, lo
tengo claro: no vuelvo al otro lado. No quiero sufrir, no quiero poner caras
raras al cantar, no quiero generar tensiones innecesarias a mi cuerpo, no
quiero tener que tomar medicación o ir al fisioterapeuta porque me duele o
tengo inflamado algo. La música está para otra cosa...
¿Y qué fue lo que les llevó a responderte a ti entre tantos miles de personas?
¿Y qué fue lo que les llevó a responderte a ti entre tantos miles de personas?
Es curioso,
porque un día cenando vi el icono del gestor de correo de una de ellas en su
teléfono móvil, en el que ponía que tenía casi 18.000 mensaje nuevos. De broma
le dije que los correos se podían abrir desde el teléfono, sin que se
acumulasen ahí durante meses. Fue entonces cuando me confesaron que estaban
abriendo unos 1.500 al día y que estaban absolutamente desbordadas ante aquel
aluvión de mensajes. A la semana siguiente de la aparición del artículo
tuvieron que contratar a dos personas únicamente para coordinar la recepción y
distribución de los emails entre cantantes, actores y demás. Y les pregunté
precisamente por esa cuestión, ¿por qué el mío entre tantos? Me dijeron que fue
algo realmente poco profesional, puesto que entre toda esa maraña de correos
electrónicos vieron aparecer el apellido Andueza. Me quedé sorprendida, porque
mi apellido no es especialmente común, ni siquiera es de los más populares en
Navarra. El caso es que ellas habían compartido piso en Viena, cuando eran
estudiantes, con un chico venezolano que se apellidaba Andueza. Por eso les
llamó la atención y abrieron el correo para ver quién era. Posteriormente me
buscaron en Google y decidieron que tenían que ayudarme. Por eso decía antes
que tengo suerte hasta en lo malo. Nunca pensé que mi apellido me pudiera abrir
puertas… [ríe].
Tus profesoras italianas, Lisa
Paglin y Mariana Brilla [New Voice Studio] han sido algo así como tus ángeles.
¿Consideras que te han salvado vocalmente?
Totalmente.
Gracias a ellas voy a poder seguir cantando, y espero que hasta que yo decida
cuando parar –o hasta que el mercado considere que estoy muy arrugada como para
ello [ríe]–, pero al menos creo que no será por una cuestión de que mi voz deje
de funcionar. Me han salvado vocalmente, son dos ángeles que me protegieron y
me siguen protegiendo: antes de cada concierto y casi cada dos días me llaman,
me preguntan, les canto por videollamada… Están siempre, siempre conmigo.
Todavía estoy descubriendo y asimilando cosas, así que cuando tengo alguna duda
les llamo para ver si lo estoy haciendo bien. Si los ángeles de la guarda
existen, sin duda se llaman Lisa Paglin y Mariana Brilla [vuelve a reír].
Acabas de subir de nuevo a los escenarios hace un aproximadamente un mes.
¿Qué sensaciones tienes en este regreso?
Cada
concierto me aporta sensaciones distintas. El primero –en Hong Kong–, por
ejemplo, fue de mucha cautela, porque no es lo mismo trabajar en un estudio con
ellas, o en tu casa, que subirte al escenario de un auditorio de 1.200
localidades. Dicho esto, en cuanto empiezas a cantar te das cuenta de que todo
funciona y las sensaciones son de facilidad absoluta, de comodidad, aunque soy
consciente de que aún la voz tiene que abrirse y asentarse un poco más, pero no
voy a forzar nada ni a entrar en terrenos que puedan complicar las cosas.
Siento una facilidad y una tranquilidad que no había conocido en mi vida. Sobre
todo, la comodidad para cantar y la capacidad de contar mucho mejor las
historias. La sensación es, por tanto, de que todo es mucho más fácil, orgánico
y natural.
¿Has sentido más miedo ahora que en cualquier otro momento de tu
carrera?
Antes
gestionaba mucho peor los nervios, sin duda, incluso con un par de ocasiones de
pánico escénico –de vez en cuando me viene algún recuerdo de ello, nunca sabes
cuándo puede ocurrir, aunque afortunadamente hace más de cinco años que no me
ocurre–. Ahora tengo el miedo a que los cambios de emisión y de concepto tal
vez no gusten al público, sobre todo a aquellas personas que me conocen mucho;
que haya algo que no les guste de este nuevo yo. De momento todo el mundo me ha
recibido con los brazos abiertos y con palabras positivas. En mi concierto de
finales de abril en Bélgica –un lugar en el que me conocen muchísimo–, la mayor
parte de las personas no tenían constancia de todo lo que me había pasado, y
sin embargo me dijeron cosas buenas: «no sé qué pasa, pero eres más tú», «es
mucho más directo todo lo que cantas»… En general perciben una mayor facilidad
vocal. Mis profesoras ya me prepararon para esto, por supuesto, para estar
segura del camino en el que estoy, aunque siempre se tiene un poco de miedo a
lo que piense el público.
¿Pensabas mucho en lo que podía estar pensando la gente fuera mientras
sufrías todo este proceso? Por otro lado, ¿por qué decidiste contar claramente lo
que te pasaba, cuando igual hubiese sido más fácil cancelar los conciertos por
enfermedad, estar unos meses fuera –sobre todo de España, lo cual tampoco se
hubiese notado mucho– y regresar al estar recuperada?
Cuando
cancelé mis conciertos de residencia en el Auditorio Baluarte de Pamplona,
desde dirección me pidieron el favor de escribir un comunicado para explicar la
situación, dado que para ellos era una situación compleja al tratarse de cuatro
conciertos, charlas con el público, clases magistrales… Tenía dos opciones:
decir simplemente que estaba enferma, y que la gente empezara a especular y a
inventarse cosas, porque no nos engañemos, a todos nos encanta exagerar e
inventar sobre los demás; o contar de una vez lo que me pasaba –en buena parte
para el comunicado del Baluarte– y quedarme más tranquila. Si no hubieran
existido las redes sociales, donde todo se hace más grande y todo el mundo se
entera de todo, quizá la discreción hubiera sido más fácil. Pero, por otro
lado, no tengo nada de lo que esconderme ni avergonzarme, y contándolo no das
pie a que la gente tergiverse las cosas. No creo que deba avergonzarme de lo
que me ha pasado. ¿Que fue provocado por una situación física? Sí. Sin embargo,
que se me rotara la laringe tal vez aceleró el proceso, pero ahora que lo veo
desde otra perspectiva, si soy sincera conmigo misma, creo que en unos años me
hubiera acabado encontrando en esa situación de no poder cantar, si hubiera
seguido cantando como lo estaba haciendo. Estoy convencida. Por lo visto,
sorprende que lo cuente de manera tan clara, que sea honesta y no me esconda.
Mucha gente me dice que he sido muy valiente por someterme a este proceso de
cambio y por contarlo, pero, quizá por mi forma de entender la vida, creo que
siempre hay que ir por delante con la verdad y la honestidad.
¿Cuál ha sido la reacción de los programadores ante la
cancelación de todos tus compromisos para los primeros cinco meses del año?
¿Fueron comprensivos?
He recibido
solamente un cariño inconmensurable por parte de todos. Los organizadores del
concierto que tenía en febrero en El Café Comercial me ofrecieron todas las
facilidades del mundo y finalmente lo cambiamos de fecha. Por parte de Félix
Palomero, gerente de la Fundación Baluarte, no he podido recibir más cariño y
apoyo, sobre todo teniendo en cuenta que era la primera vez que se ponía sobre
la mesa el concepto de Artista Residente en Pamplona. A pesar de lo que supone
cancelar una cosa así, solo recibí apoyo y ningún reproche por su parte y por
la de todo su equipo. Esto me va a acompañar siempre. No puedo estar más
agradecida. Todo el mundo se ha volcado, ni siquiera han mostrado miedo a si
pudiera afectarme en el futuro. Nadie me ha preguntado si, por ejemplo, para agosto
estaré bien –en la Quincena Musical de San Sebastián o en Amberes, por citar
dos casos, aunque han sido todos–. Si digo que en una fecha concreta voy a
cantar, voy a cantar –salvo que te cojas una gripe o te pase algo inesperado–,
y nadie ha dudado de mi palabra. Eso me ha dado una tranquilidad y un
agradecimiento que no olvidaré.
Estás ya realmente establecida dentro del panorama nacional e
internacional, tienes un conjunto y sello discográfico propios. ¿Crees que de
haberte encontrado en otra situación hubieras tomado la misma decisión?
Creo que
hubiera actuado de la misma manera. Sencillamente no podía seguir cantando así.
De hecho, teniendo a La Galanía podía elegir seguir cantando las obras que me
vinieran bien, pero llega un momento en el que tienes que pensar a largo plazo.
Esta es una carrera de fondo, me quedan muchos años con la voz y tengo que
cuidarme mucho. Hubiera parado igual, porque además era incapaz de afrontar
repertorios que no pudiera adaptar –una cantata de Bach, por ejemplo–. No
puedes adaptar, quitar o añadir una nota o un aria al Mesías de Händel. Quizás
con una canción del XVII, con tu propio grupo, puedes transportarla, o decidir
no hacerla, pero en otros casos no. De hecho, en otra situación quizá lo
hubiera decidido antes, porque probablemente no hubiera podido seguir
compaginando la recuperación con la carrera.
A partir de ahora se irá produciendo un proceso de adaptación doble,
imagino: tú a tu nuevo yo vocal y este mismo al repertorio por el que has transitado en los últimos años de carrera. ¿Cómo te planteas este viaje?
Ahora mismo
mi voz, internamente, me suena distinta. Tengo que conocerla todavía mejor y
adaptarme a ella, y ella a mí. Al no haber ningún tipo de velo ni nada
parecido, me suena más fuerte dentro que lo que creo que se percibe fuera. Así
que intento gestionar esto mucho, sobre todo cuando voy subiendo al agudo. En
cuantos a los programas que hemos hecho mucho en los últimos años –tipo Yo soy la locura–, la diferencia del acercamiento mental es enorme; estaba acostumbrada a
oírlo y a cantarlo de una manera. Al principio me sonaba todo muy diferente. Me
costaba menos cantar obras nuevas que aquel repertorio que llevo haciendo
durante los últimos años, pero como ya no puedo cantar de otra manera, ni hacer
esas cosas raras que hacía poco antes de empezar todo este proceso
–afortunadamente–, la música sale ya de la forma en que tiene que salir, aunque
tenga que seguir trabajando poco a poco las obras, porque estoy pisando un
suelo nuevo con zapatos nuevos.
¿Por tanto, el enfoque, a nivel puramente interpretativo, va a ser
modificado?
Realmente
no, porque todo se basa en poder expresar las emociones de la manera adecuada,
con total libertad, y decir el texto de una manera correcta. Para ellas, si no
se te entiende el texto es porque la voz no está emitida correctamente. Siempre
dicen: «Si se te entiende hablando, ¿por qué no se te va a entender cantando,
estés en la tesitura que estés? Los compositores escribieron esas notas con ese
texto para que se dijera ahí, independientemente de si es más agudo o grave.»
Te tienes que ceñir al texto para decirlo de la forma correcta. Como mi base
siempre ha sido decir y contar lo mejor posible el texto, sobre todo en este
repertorio barroco, que viene al pelo para ello, el acercamiento interpretativo
va a ser el mismo.
¿Tienes pensado modificar tu repertorio a partir de ahora: ampliarlo,
reducirlo, experimentar…?
Mis
profesoras me animan a que explore especialmente el bel canto, que es muy bueno para trabajar aspectos concretos de la voz. Cuando
tienes el instrumento en su sitio, bien establecido, puedes afrontar muchos más
estilos de los que imaginas –con tu voz, más grande o más pequeña, por
supuesto, pero si la usas bien puedes abarcar mucho más–. Acabo de aterrizar de
nuevo, y estoy tan contenta de poder volver a cantar mis cosas, que todavía no
he pensado mucho más allá, pero sí que es cierto que en casa ya canto otras
cosas, como algún Bellini, porque me viene bien y porque es un repertorio que
me fascina y que no descarto hacer en algún momento. Sí que me apetece
experimentar más. Siempre he jugado con la voz, y ahora que tengo un
instrumento más sano y capacitado para ello, por supuesto que lo seguiré
haciendo.
Sin embargo, hasta el momento no te lo planteabas tanto como ahora.
Muchas
veces te imbuyes en la vorágine de la rutina, en la que trabajas con tu propio
sello, tu grupo y con una dinámica de conciertos que muchas veces te impiden
centrarte en un proyecto de otra índole. También me encasillan en este
repertorio –con todo el motivo del mundo, porque es lo que más hago– y no
recibo tantas propuestas de otro tipo. Pero al impresionismo francés, por
ejemplo, me gustaría mucho poder hincarle más el diente, porque me gusta el
idioma, la sonoridad y creo que es algo con lo que me podría sentir muy a
gusto. También me gustaría hacer un poco más de jazz. Cuando estuve en Londres
lo estudié un par de años, y mi profesor siempre me decía que dejara la música
clásica, que lo que yo tenía que hacer era cantar jazz, pero no me decidí.
Siendo muy honesta, y sin querer denostar toda tu formación previa, ¿crees que te enseñaron ciertos aspectos técnicos que, a vista de lo que has vivido
recientemente, no eran los correctos?
Es una
pregunta compleja. Sí que es cierto que todo lo que me habían enseñado –no
hablo de mis profesores en concreto, a los cuales les debo mucho, sino de todo
el sistema que al menos yo he conocido a nivel mundial– podía haber sido un
poco más fácil. Y me incluyo a mí misma en las clases que he dado a otras
personas. Esto al final es una cadena. He ayudado a otras personas y ahora sé
que podía haberlo hecho mucho más fácil. Muchas veces todos hemos buscado una
solución a algo técnico generando otra dificultad innecesaria. Con este cambio
de perspectiva ahora considero que se puede hacer de otra manera. Por supuesto,
todos los profesores dan lo mejor de sí mismos para sacar de los alumnos sus
mejores voces, pero ahora veo que muchas cosas se pueden hacer de una manera
más orgánica, sencilla y eficaz.
Realmente parece claro que no se trata de un problema individual, sino de
algo sistémico.
Por lo que
vemos es algo que se está repitiendo de forma permanente, aunque los profesores
pueden ser excelentes dentro de cada una de sus disciplinas. Como decía es una
cadena: aprendemos de los profesores y nos convertimos en profesores nosotros
mismos, y así sucesivamente. Se ha buscado adaptar la partitura a la voz, no la
voz a la partitura. Y ahora veo que hay ciertas cosas que, por mi propia experiencia,
son mucho más simples de lo que las hacemos: la respiración, la emisión de la
voz, el no «llevarla» a ningún sitio… La voz, físicamente, se produce en las
cuerdas vocales, no hay que «llevarla» a ningún otro sitio, ni a las mejillas,
ni al pecho, ni a la campanilla… La voz resuena en muchos sitios, internamente,
pero no puedes intentar llevarla a ninguna otra parte, porque te obliga a
realizar una serie de modificaciones físicas que son completamente
antinaturales.
Ahora que estás, como quien dice, recomenzando, ¿qué queda de aquella
chiquilla repleta de ilusión de sus inicios? ¿Este proceso te hizo perder
ilusión por los escenarios?
Sí, por
supuesto. La perdí. Cuando comienzas a tener dificultades ya no disfrutas sobre
el escenario. Si tus músculos ya no tienen la misma naturalidad y flexibilidad
que antes, acabas perdiendo la ilusión porque no puedes hacer lo que quieres, y
en cierta manera sientes que no estás siendo honesta para con el público.
Entras en una espiral de sensaciones negativas que, para alguien como yo, que
soy muy optimista, es difícil de sobrellevar. De hecho, me planteé incluso
hacer otras cosas, porque veía el final, muy temprano en el tiempo, de mi vida
profesional. Por supuesto, ahora tengo muchísima ilusión, me apetece mucho
cantar otra vez, porque me encuentro con muchas ganas de seguir trabajando y de
seguir haciendo cosas con mi voz. Conforme han ido pasando los primeros
conciertos, me lo he vuelto a pasar muy bien sobre el escenario. Vuelvo a
disfrutar en los conciertos, más que nunca, quizá. Con esta nueva visión del
canto es como si tuvieras un margen de error más pequeño, te limitas más a
contar las historias, simplemente, y automáticamente está todo más conectado y
asentado. Tengo mucha ilusión, siento como si estuviera empezando otra vez.
Otra de las cosas buenas que le ha traído esta experiencia en Italia es la
vertiente pedagógica que, si bien ya tenía asentada previamente, ahora se ha
desarrollado de forma muy potente. Vas a exportar a España este modelo de
enseñanza de tus maestras, ¿cierto?
Me encanta
dar clases, intentar abrir la mente a otros cantantes, a gente que está
empezando o a otros que estén ya más establecidos, contarles acerca de mi
visión del Barroco, del estilo y la técnica. Pero esto que me ha pasado es tan
maravilloso, y esta forma de cantar la considero tan increíble que, por
supuesto, hay que hacer algo con ello. Mis profesoras han trabajado tan, tan
duro para llegar a estas conclusiones que, además, quieren ir poco a poco
dejando su legado, por lo que tienen ya a cuatro o cinco personas de su
confianza a las que nos van a permitir, si así lo deseamos, comenzar a dar consejos
–basados en sus enseñanzas– a otros estudiantes o a cantantes profesionales que
lo estén pasando mal. Quieren expandir su manera, realmente revolucionaria, de
entender el canto. Hay un problema de salud vocal muy importante en el mundo.
No solo cantantes, sino también profesores, actores o cualquiera que use su voz
para su trabajo es susceptible de ello. Hay un malestar vocal y al mismo tiempo
un interés acerca de la voz bastante grande. Cuando quedo con mis amigas de
Pamplona cualquier día, normalmente mi profesión no les importa mucho –lo que a
mí me encanta, por otro parte, porque me permite desconectar–, pero cuando
regresé de Italia y les conté lo que había vivido, estaban realmente
interesadas en ello –¡como nunca les había visto con algo relacionado por mi
trabajo!–, y es porque todo el mundo, de una forma u otra, hace uso de su voz.
Me hicieron miles de preguntas. Realmente hay un problema de salud vocal muy
grande, con todo el ruido que hay a nuestro alrededor, como comentaba antes, y
también con ciertas modas de hablar y cantar –sobre todo ahora en la música
pop– que se han establecido, haciendo cosas muy extrañas con las que se hace
mucho daño a la voz, aunque no se sea consciente. Hay mucho trabajo que hacer y
mucha gente que ya me está pidiendo que les ayude. Así que, poco a poco y con
el beneplácito total de Lisa y Mariana, quiero poder establecer –entre
concierto y concierto– un sistema que me permita ayudar, sobre todo, a la gente
que tenga dificultades. Yo lo he pasado tan mal, que lo mejor que me puede
pasar ahora es ser capaz de ayudar a aquellos que estén atravesando una
situación adversa. Es lo que más me apetece hacer, mucho más que coger a un
estudiante que tenga la voz perfecta. Lo he visto todo tan negro, que es lo que
quiero hacer.
Es difícil mirar atrás y darse cuenta de cómo se ha desarrollado lo que uno
ha ido viviendo, pero ¿eres consciente de cómo llegaste hasta aquí? ¿Sabrías decir el momento en el que tu carrera comenzó a despegar hasta convertirse en
una de las referencias vocales de la música barroca en España?
Fue todo
bastante progresivo, pero noté un cambio cuando Jesús [Fernández Baena] y yo
grabamos D’amore e tormenti, disco que concebimos
como «una maqueta un poco mona» para conseguir conciertos con el dúo que
teníamos. Y de pronto se convirtió en el disco de música antigua más vendido de
aquel año. Un disco de soprano y tiorba, sin grandes despliegues ni fuegos
artificiales. En aquel momento fui consciente de que lo que hacíamos le gustaba
a la gente. Los dos o tres años siguientes hicimos mucho aquel programa.
Después, ya con La Galanía, el disco de Yo soy la locura, sin duda el que nos ha
dado más satisfacciones y premios hasta ahora, supuso otro gran paso hacia
adelante. Aquella primera grabación nos marcó absolutamente. Fue un impacto,
más que algo progresivo como sucedía con el resto de mi carrera; empecé a
trabajar de forma continuada cuando terminé de estudiar, con el boca a boca,
haciendo sustituciones, así como empieza casi todo el mundo: se pone mala una
soprano y llaman a tres, que no pueden, entonces llaman a la cuarta, que en
este caso era yo. Así, hasta que con el paso de los años te conviertes en la
primera opción. Aquel momento de D’amore e tormenti fue además una
casualidad, pues NB –discográfica del País Vasco que desafortunadamente ya no
existe– tenía tres grabaciones programadas y se les cayó la del medio, por lo
que nos llamaron con solo tres días de antelación para ver si nos interesaba
cubrir el hueco, aprovechando que iban a tener a los técnicos «colgados» esos
días en Azkoitia. Llevábamos cuatro años con el dúo, pero fuimos casi sin saber
lo que íbamos a grabar. Fue un disco que, escuchándolo ahora, tiene fallos en
el italiano y lo hicimos sin tiempo para revisar manuscritos. Fue grabado con
la inconsciencia de la juventud, pero también con todo nuestro cariño e
ilusión. Y… funcionó.
Tú y tu conjunto, La Galanía, tras algún infructuoso intento en
compañías discográficas ajenas, decidisteis formar un sello propio. Es sin duda
una decisión arriesgada, pero que aporta total libertad al artista. ¿Crees que
es éste el único camino que queda para los artistas españoles, a pesar de
tener proyección?
Yo soy la locura fue enviado primeramente a cuatro o cinco discográficas, las cuales
rechazaron el proyecto, bien porque tenía muchos anónimos o porque ya acababan
de grabar un disco de música española… Al final decidimos ser libres y crear un
sello en el que lo eliges todo: desde cada foto hasta el tipo de letra, pasando
por cualquier aspecto. Con lo que respecta a la pregunta, evidentemente el
único no es. Pero el mayor problema desde hace algún tiempo es que hay que
pagar por grabar, cuando antes eran las discográficas las que pagaban al
artista por ello. Por tanto, si tienes que pagar prácticamente todo y apenas
ves beneficios del proyecto, pues muchos decidimos crear un sello propio, para
que así lo que inviertes, si es que existe algo de retorno, sea para ti. Pero lo
que me más me interesa de ello es el poder ejercer un control total sobre lo
que haces, con quien quieras, donde quieras… Ahora mismo diría que es una muy
buena opción, siempre que encuentres una distribuidora potente que haga llegar
tu disco a las –pocas, lamentablemente– tiendas de música que hay en el mundo.
Si no, y aunque con las plataformas digitales se ha avanzado mucho en el
sentido de la difusión, es más complicado.
Te adaptas a la perfección al repertorio
monódico del Seicento italiano. ¿Es este tu repertorio
predilecto?
El Seicento es mi casa. No encuentro un repertorio con el que me sienta más
identificada. Voy a tener que hacer una regresión para ver si en otra vida fui
italiana [ríe]. Es la música que más me emociona, con la que más conecto y con
la que mejor puedo contar las cosas. Me parece sublime su uso de la retórica,
sublime el tratamiento de la armonía, sublime el concepto de menos es más, la
compleja sencillez de sus partituras y la honestidad que tienes que plantearte
al afrontarlas, pues en cuanto tu ego interfiere con la música, ya no sirve.
El Seicento es un ejercicio de
humildad muy grande, porque ese menos es más, cuando no lo respetas, ya no
suena tan verdadero. Me parece que es algo que todos los cantantes e
instrumentistas deberían interpretar, sobre todo para experimentar ese punto de
vista de que la partitura te diga lo que tienes que hacer y no intentar
adornarla con cosas que no son necesarias.
¿Por qué se le da tan poca importancia a la dicción en el canto actual? Tú que es una referencia evidente en el cuidado de ello, ¿consideras que no
se trabaja lo suficiente o se enfoca de forma inexacta?
Imagino que
muchas veces nos centramos más en que la voz salga bonita, en el sonido per se, pero nos olvidamos que tenemos otra cosa importante que hacer, que es contar.
Tenemos esa ventaja frente a los instrumentistas; los compositores nos lo ponen
mucho más fácil, nos ponen un texto para ayudarnos a expresar unas emociones.
Para mí eso es sagrado. Siempre he dicho que soy una contadora –o «cantadora»–
de historias. Por tanto, no puedo responder a una pregunta cuya respuesta no
conozco, que personalmente no concibo. Diría que quizá no se quiere hipotecar
la belleza de la voz para decir una «i» en una nota aguda, por ejemplo. Pero si
se trabaja, el texto te ayuda a mantener el soporte y el sonido en su sitio.
Sin embargo, en muchas ocasiones se le da más importancia al sonido que a lo
que se tiene que decir con él. A veces da miedo pronunciar el texto, porque te
puede hacer creer que el sonido no va a ser tan bonito. Personalmente a mí no
me interesa cantar bonito siempre, es decir, si tienes que cantar cosas poco
agradables, la voz tiene que ser capaz de describirlo.
Es curioso pensar en que los instrumentistas sí pueden, en muchas
ocasiones, «ensuciar» el sonido para describir algo que aparece en una
partitura, pero los cantantes parecen reacios a ello.
Quizá el
miedo, el no querer convertirte en un siervo de la música –es decir, que el ego
interfiera y no permita hacerlo–, o quizá porque no sabemos hacerlo de otra
forma.
¿Por qué apenas te subes a los escenarios operísticos, ni siquiera en el
repertorio barroco?
No lo sé.
Pero me encantaría cantar más ópera, la verdad. No estoy en el circuito, con lo
cual no me llaman y tampoco hago audiciones. La pescadilla que se muerde la
cola, supongo. Creo que me he metido tanto en el mundo del recital que ya casi
me he olvidado de los demás. A veces me acuerdo y pienso, «quiero hacer una
ópera», porque me encanta disfrazarme y ser otra persona, pero al final no
muevo los hilos. Supongo que va también muy ligado al tema de las agencias.
Siempre he ido por libre, por lo que entiendo que es también más difícil, al no
estar metida en la espiral de la ópera y no estar conectada con las agencias
que están en contacto con los teatros de ópera; en cierta manera me he
desvinculado de todo ese mundo, sin quererlo, sin pensarlo. Es algo que me da
mucha pena, es cierto. Me gustaría ponerle solución, porque lo poco que he
hecho de ópera me ha encantado, sin duda. Hacer un Händel, algo de Cavalli o
Monteverdi… Una Poppea sería maravilloso. Quizá ahora me ponga las pilas con
este mundo, quién sabe.
¿Qué se puede esperar de Raquel Andueza & La Galanía en un futuro próximo?
Tenemos dos
grabaciones pendientes: una de ellas dedicada en exclusiva a reconstrucciones
de melodías de bailes del siglo XVII, que ha sido llevada a cabo por Álvaro
Torrente –un proyecto que cuenta con el apoyo de la Fundación BBVA, que además
se ha portado excepcionalmente bien con nosotros, dado que nos ampliaron el plazo
de grabación tras conocer mi historia–; tenemos otro disco pendiente, dedicado
a música italiana que hemos recuperando a lo largo de estos últimos años,
auténticas joyas que tengo muchas ganas de grabar. Todo esto quedará para final
de año, porque ahora y en el verano tenemos la agenda de conciertos bastante
apretada. Con respecto a los conciertos, estaremos en Bélgica –que es casi mi
primera casa, me han apoyado siempre como si fuera belga; tengo tanta conexión
con la vida musical flamenca y tanto apoyo institucional, que hasta pensé en
mudarme allí –, Suiza, Holanda, Francia y a final de año haremos nuestra
segunda gira por Japón. En España estaremos en la Quincena Musical de San
Sebastián, que me hace mucha ilusión, también en Málaga, San Lorenzo de El Escorial,
Granada, Burgos, Palma de Mallorca, Sagunt… Volvemos a la carretera con
energías y ganas renovadas. Cuando piensas que se ha acabado todo, el poder
volver es maravilloso. El agradecimiento es enorme y las ganas de cantar
tremendas. He pasado de no poder ni canturrear en casa, a cantar por la calle
–que me da mucha vergüenza cuando me doy cuenta–. He vuelto a cantar en todas
partes y a todas horas. Son una felicidad y tranquilidad máximas…
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