martes, 9 de diciembre de 2014

CON MOTIVO DE LA FIESTA DE LA PATRONA DE LOS AUROROS DE PAMPLONA


Los Auroros de Pamplona el día de San Fermín


Gema, autora de este reportaje, con el periodista de este Blog


Hace tres años por estas fechas, una estudiante de periodismo de nombre Gema Pérez Herrera se dirigió a mí para que le ayudara a hacer un trabajo literario sobre los Auroros. Pasamos muy buenos ratos y se llevó cuanta información quiso. He aquí el resultado que nos mandó entoces y al que le damos una alta calificación porque ha sabido reflejar con muy buen estilo el espíritu y quintaesencia de la Pía Unión de Auroros de Pamplona. Lo reproducimos porque el pasado día 8 de diciembre precisamente celebraron la fiesta de su patrona, Mª Inmaculada, y como tantos días salieron cantando las más preciosas melodías al rayar el nuevo día.

Cuando despierta la aurora


Gema, autora del trabajo literario
 
A LAS 6 DE LA MAÑANA EN EL CAFÉ IRUÑA
Por quinto domingo consecutivo, Jesús Bonifacio Amigot, Boni, se ha levantado a
las cinco de la mañana. Se ha vestido de domingo: chaleco de tela y camisa
blanca, además un buen chaquetón de paño gris que le proteja del frío en este
amanecer de octubre. El abrigo todavía huele a alcanfor, este año el frío está
tardando en llegar y no ha habido muchas ocasiones de sacarlos de paseo,
excepto a estas horas. Cierra la puerta de casa y se encamina hacia el café Iruña.
En el portal una joven se cruza en su camino.
-Tú… ¿Buenos días o buenas noches?- pregunta.
-Yo buenas noches, buenas noches…- responde ella.

Boni se ríe. Es aún noche cerrada. Las discotecas del barrio de San Juan empiezan
a despedir a sus clientes tras una noche de fiesta. Los más trasnochadores aún
vagabundean por los jardines de la Taconera, el paseo Sarasate y la plaza del
Castillo, apurando los últimos momentos de una noche que les acaba o bien
intentando recordar cuál es el camino a casa. Para Boni, en cambio, el día acaba
comenzar. Tiene 68 años y es auroro desde hace más de veintitrés. Estudió
música en su juventud, cuatro años de solfeo, cinco de violín, y el laúd por cuenta
propia. Se acaba de comprar un violonchelo, ya lo tiene en casa pero todavía no
sabe tocarlo, quiere aprender. Sin embargo, esta mañana no tocará nada, el
director musical del grupo de auroros de Santa María de Pamplona está enfermo
y le toca dirigir a él.

CONCENTRACIÓN EN LA PLAZA DEL CASTILLO

El reloj marca las seis. En los soportales del café Iruña se oyen saludos. La luz
naranja de las farolas ilumina laúdes, guitarras, mandolinas y un acordeón, que
salen silenciosos de sus fundas color negro y se cuelgan con cintas en los
hombros y la espalda de los instrumentistas. Un grupo de unos cuarenta
hombres porta carpetas con Dolorosas en las portadas y algún que otro póster
del Osasuna en las contras. Son un grupo variopinto cuya media de edad
sobrepasa los sesenta.

La comitiva emprende la marcha para detenerse a pocos pasos del café, en la
calle de la Chapitela. Forman un círculo. Boni da la señal y marca los tiempos de
la primera aurora, sus templadas voces se elevan al cielo y los acordes de las
cuerdas rompen el silencio de la noche:

(Música del villancico O Tannenbaum)

Día de fiesta es el de hoy
Bendito el que nos lo dio,
dediquémosle al Señor
a la vida y al amor.

Sí, vamos a reír,

vamos a querer,
vamos a cantar,
vamos a rezar,
pero en paz de Dios.
Descanse el trabajador
tras la semana de sudor
anímese su corazón
con alegría y buen humor.
 
La campana y el farol, símbolos de Los Auroros



HACE 67 AÑOS QUE FUNCIONAN

Una mañana como ésta, hace sesenta y seis años, y a una hora muy similar, un
grupo de diez jóvenes se plantaron frente a las verjas de la iglesia de San
Saturnino. Entre ellos estaba Don Alberto Más, un inquieto sacerdote que
soñaba con crear en Pamplona un grupo de auroros.

La tradición de la aurora forma parte de la piedad popular desde hace siglos,
cuentan que ya desde finales de la Edad Media, cuando Santo Domingo de
Guzmán -obedeciendo a un ruego de la Virgen María- extendió la devoción al
santo rosario. Desde entonces, y al paso de los siglos, se han ido desgranando
avemarías en la madrugada de las grandes fiestas como una forma especial de
honrar a la Virgen en el día que comienza. En los pueblos pequeños, este acto era
avisado por el auroro, pregonero que recorría las calles al amanecer armado con
una campanilla y un farolillo. Anunciaba también el tiempo, la fiesta del día, las
defunciones nocturnas o cualquier otra nueva de interés general. El auroro era
un hombre creativo, sus mensajes a menudo iban acompañados de pequeños
versos o cancioncillas que recitaba a grito pelado en la soledad de las calles. Fue
así como la tradición de cantar a la aurora para avisar del rezo del rosario se
extendió en algunos pueblos españoles, y Don Alberto quiso que también fuese
así en Pamplona. Por eso, en la mañana del 7 de octubre de 1945 – festividad de
la Virgen del Rosario para más honra- pidió prestado un armónium en Casa Luna
(tienda especializada en la venta y alquiler de instrumentos), y rodeado de un
puñado de jóvenes entusiastas entonó los primeros acordes de una tradición que
aún continúa viva. Octubre es para ellos un mes especial, está dedicado al
rosario, por eso cantan las auroras de todos sus domingos.

POR LAS BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO
Cantando la aurora en el atrio de la Iglesia de San Cernin

Boni marca el punto final a la primera aurora del día que apenas ha durado un
par de minutos. El silencio vuelve a la calle de la Chapitela, pero una voz grave y
algo cascada lo rompe de nuevo al incoar un padre nuestro, un avemaría y un
gloria por las benditas ánimas del purgatorio. El honor le corresponde a Juan
José Echamendi, de 84 años y veterano del grupo. Juan José no fue uno de los
diez primeros, pero fue de los segundos. No recuerda el momento exacto en el
que se incorporó, lo que sí recuerda son las correrías por Pamplona con el
armónium a cuestas. Lo tocaba Domingo Arraiza, que llevaba el taburete,
mientras que Juan José y otro chico eran los encargados de levantar a pulso el
organillo para trasladarlo de esquina en esquina; porque la aurora se ronda, y la
tradición ha forjado recorridos especiales para cada día fiesta. Pero el armónium
no duró mucho, a los dos años del préstamo, Casa Luna reclamó el instrumento y
hubo que pensar en un sustituto. No fue muy difícil, la mayoría de estos jóvenes
pertenecían a rondallas y, quien más, quien menos sabía tocar algún
instrumento. Cada uno aportó lo suyo y se introdujeron entonces las púas y las
cuerdas en la aurora. Juan José llegó con su mandolina y con ella ha recorrido
las calles de Pamplona y pueblos cercanos. Su afición a la música viene de lejos,
desde que empezó a tocar el piano a los siete años. Cuando los problemas de
matemáticas eran irresolubles se sentaba media hora al piano "y después todo
salía", recuerda. El bachillerato le hizo quedarse en quinto curso del
Conservatorio pero nunca perdió el gusto por la música, ni siquiera cuando
marchó a Madrid a estudiar Ciencias empresariales. Su paso por la capital no le
hizo tampoco olvidarse de los auroros de Pamplona ni de las muchas horas de
ensayos en locales prestados: en una sala del seminario, en el tercer piso de
del número 40 de Zapaterías, en el 70 de la calle Descalzos, en la cocina de la
peña Oberena… Nunca pensó que aquello fuese a durar tanto. Recuerda que lo
que les movía era el amor a la Virgen y la música, "Se creó un grupo muy majo,
muy entregado. Poco a poco se te mete dentro, arraiga y uno sigue con los años".
Él, concretamente, lleva más de sesenta.

40 VOCES Y 20 INSTRUMENTOS
Joaquín Lecumberri sigue la tradición de su padre Antonio

Los auroros de Pamplona son ahora cuarenta voces y tocan veinte instrumentos
entre mandolinas, laúdes, guitarras, bandurrias, algún violín, un acordeón y una
flauta. "Y a mí me queda una asignatura para terminar pandereta", susurra en la
penumbra un graciosillo. Su recorrido por las calles, cuando aún no ha
amanecido, no es solitario, por el camino se unen algunos de los fieles que
acudirán luego al rezo del rosario. El sonido de la campanilla, que alerta de su
presencia, se ha convertido en un signo de identidad, junto con el gran farol que
llevan encendido y que colocan en el centro del corro cuando cantan. Es grande y
lustroso, pero ya no es aquel farolillo de carruaje viejo que alumbró los
itinerarios de los primeros auroros.

La comitiva se adentra en el Casco Antiguo de la ciudad, desciende por
Mercaderes y sigue por la calle del Carmen. A estas horas los bares y tabernas
han echado sus rejas. Los cascotes de vidrio del suelo y el intenso olor a alcohol y
orina delatan, sin embargo, que no hace muchas horas la actividad ha debido de
ser intensa en la zona. Alguno intenta ahogar el pestilente olor con el humo de un
habano, otros prefieren cubrirse la nariz con la bufanda. El frío y la humedad de
la noche se dejan sentir, el cielo sigue estando oscuro y las manos se entumecen
contra las cuerdas, pero no se puede parar ni tocar con guantes, es parte del
sacrificio que conlleva la aurora: frío, sueño y madrugón. "El demonio en la oreja
te está diciendo: quédate en la cama y sigue durmiendo", canturrea Juan José
cuando oye hablar de lo que cuesta salir a cantar a esas horas. "Son
imprescindibles la devoción y la afición a la música -comenta Boni-, tienes que
tener algún tipo de sentimiento religioso para levantarte a estas horas, ¡y más en
invierno!".

SE RESPETA ESTA TRADICIÓN
Una salida en el año 1998 por las calles de Pamplona

Los auroros hacen una nueva parada al final de la calle del Carmen. Un peregrino
que camina solo se para a contemplarlos. Una joven, de rasgos asiáticos y con el
rostro estridentemente maquillado de color rojo, aparece por otra esquina. Lleva
un gorro blanco con orejas de felino, bajo su abrigo asoma una larga cola de
leopardo que casi roza el suelo y que oscila al compás de sus tacones. Dos niñas
pequeñas, que se han incorporado a la comitiva con su abuelo, la miran fijamente
desviando por un momento su atención de las bandurrias. La joven esboza una
sonrisa sorprendida y mira de refilón al grupo, sin advertir que una pared se
interpone en su camino, con movimientos torpes evita el choque y se apresura a
desaparecer calle arriba. Un poco más adelante otro joven arrastra unos
vaqueros rotos, lleva un vaso en la mano con un contenido indefinido y camina
solo, su rostro se ilumina con una sonrisa perdida y algo bobalicona al cruzar por
en medio de la comitiva. Se pierde sin decir palabra en la oscuridad de la
estrecha callejuela que los auroros y acompañantes llenan casi por entero. Son
las seis y media de la mañana y más de treinta personas se han unido a la ronda.
Entre ellas hay varias mujeres, pero no cantan. Por tradición las voces femeninas
nunca han estado presentes en la aurora, pero muchas veces les acompañan en
silencio. Un ligero murmullo y el rumor de los pasos es lo único que se oye entre
canción y canción, nadie alza la voz hasta que llega el momento de cantar, sólo
entonces las notas de los barítonos, bajos y tenores se alzan y se cuelan por las
rendijas de las ventanas y balcones.

Despierta ya, despierta ya,
el coro de auroros te viene a ofrecer
bellas melodías al amanecer.
Escucha sus voces, reza una oración,
te lo está pidiendo con esta canción.
Si escuchas la aurora
reza una oración.
Un ave María pidiendo a la Virgen
su fiel protección.
Despierta ya, despierta ya…


Estamos ante una futura periodista que promete...

Algunas ventanas se abren y se asoman cabezas curiosas. "La gente es muy
respetuosa con nosotros",
asegura Boni. Juan José lo corrobora, aunque también
recuerda que les ha caído agua, les han tirado huevos y les han mandado a los
leones. "Un Viernes Santo, cerca de la catedral, salió un tipo en pijama a
gritarnos desde el balcón, y los domingos de Pascua, cuando nos toca cantar
frente a la discoteca Vaivén, salen todos los jóvenes y nos gritan:
¡Abuelos!. Pero nos respetan".
Quien recuerda esto con una sonrisa es José Luis del Cerro, uno de los auroros más jóvenes del grupo, tanto en edad – apenas pasará los sesenta pues sólo lleva siete años. José Luis va apuntando
en una pequeña cuartilla cada parada que hacen y los cambios respecto a años
anteriores. Está algo resfriado y por eso hoy no canta muy alto, pero no quiere ni
puede perderse cada salida. Es un entusiasta de esta tradición que él conoció de
casualidad: "Yo era asesor laboral de Comisiones Obreras y estaba algo alejado
de la Iglesia y de todas estas cosas. Hace unos un amigo me habló de este grupo y
me insistió en que aquí estaría muy bien. Yo cantaba desde siempre, pero
siempre con amigos, no pertenecía a ningún coro. Vine y la verdad es que tuve
una acogida muy buena".
Integrarse en el grupo, en los ensayos y en las salidas
al amanecer le ha devuelto a la vida. Y como agradecimiento se ha enamorado de
esta tradición. Su contenido religioso lo respeta, aunque aún no lo comparte,
pero confiesa que está dispuesto a defender hasta la muerte el espíritu del
auroro. Tanto es así, que hace un año le nombraron presidente.

EL HOGAR DEL AURORO




Cada año se rinde visita a Erro con una ronda

El Hogar del auroro es el 74 de la calle Descalzos, una estrecha calle del Casco
Viejo de Pamplona. Los ensayos dejaron de ser errantes cuando se compró y
reformó el local. Juan José recuerda que pidieron subvenciones y que incluso
pusieron de su bolsillo para restaurar el local de la antigua fundidora Erice. La
casa, de dos pisos y con grandes ventanales, está oculta tras un muro alto y un
portón de madera. En la planta baja tienen un bar, una chimenea, una pantalla de
televisión y una mesa para echar la partida. Desde allí se accede también al
sótano, que mantiene la estructura de la antigua fundidora: un estrecho pasillo
alargado y cubierto por una bóveda de piedra que le da al lugar un aspecto de
nave románica. Es el lugar que eligen para sus ensayos, por su buena sonoridad y
aislamiento. En el piso superior está la cocina y el salón biblioteca, donde
guardan los archivos con partituras y papeles de su historia. De las paredes
penden miles de recuerdos: fotografías de los primeros auroros, bendiciones
apostólicas del Papa y del obispo, su reconocimiento como Pía Unión en 1974,
pañoletas de San Fermín, estatuillas del Santo…Hay también una placa de la que
Juan José se siente especialmente orgulloso: es un agradecimiento de la ciudad
de Palencia a los auroros de Pamplona. No recuerda exactamente el año, a
principios de los setenta, que les llamaron para que tocasen por sus calles. Fue la
cima de su renombre, más allá de las fronteras forales. Juan José cogió el coche, a
su hijo, a unos cuantos más, y se marchó a Palencia. Ante el asombro de los
palentinos, que no habían visto nada igual, cantaron y tocaron al amanecer las
letrillas populares de sus auroras navarras. Fue también en los años setenta
cuando Juan José y Antonio Lekumberri (otro de los primeros tiempos, ya
fallecido) comenzaron a organizar las concentraciones de auroros, para reunirse
con sus homólogos de Tafalla, Tudela, Sangüesa, Zizur y demás pueblos de la
provincia. A estas concentraciones, en las que hay comida y mucha música, ahora
también acuden auroros de otras comunidades donde existe la tradición, como
Valencia, Cataluña o Murcia. Gracias a esto han sabido que el número de auroros
en España se acerca a los 6.000 y que más de 4.000 son de Navarra. 

JOSÉ LUIS DEL CERRO


josé Luis del Cerro, Presidente y un magnífico jotero


Sonríe con orgullo ante semejante número. Como presidente, José Luis es ahora
quien se encarga de todas las actividades de la asociación, el Hogar es para él
como su segunda casa y allí se ocupa de cosas dispares: desde dejar la cocina
impecable, hasta elegir un sustituto al director musical u organizar salidas
alternativas, ya que no sólo salen a cantar de madrugada, sino que además
cantan allí donde les llaman: bodas, parroquias, asilos… También busca
momentos de encuentro comunes: ver un partido en el Hogar, organizar alguna
sesión cultural, quedar para algún almuerzo y cantar en la sobremesa. Hubo un
tiempo, cuando la media era más joven, en el que incluso se formó un equipo de
fútbol: el Lucero del Alba.



CUOTA MENSUAL: 1 EUR0

Ser auroro cuesta un euro al mes, "para pagar los gastos del local", asegura José
Luis, "porque aquí no tenemos ánimo de lucro". Cada viernes a las ocho de la
tarde es el ensayo general. Tres toques en la puerta es la señal de que es un
auroro quien llega, si no, uno se arriesga a que no le abran, prefieren que los
extraños pasen un poco de largo. No son un grupo cerrado, acogen a cualquiera
que quiera unirse, pero sí que les gusta mantener una cierta intimidad, fruto del
aire de familia que existe entre ellos. Quien entra a formar parte del grupo
generalmente es porque lo presenta alguien de dentro, de confianza. El aspirante
a auroro deberá estar un año de prueba para ver si encaja, el espíritu implica
religiosidad, compromiso y sacrificio personal, sobre todo para vencer la pereza
y frío que amenazan cada madrugada.

El cielo está azul tinta cuando la comitiva de los auroros llega a la catedral a las
siete en punto de la mañana. La última de las paradas ha sido en el arzobispado
para recoger al obispo, don Francisco Pérez, que se ha unido a ellos camino a la
catedral. Está abarrotada y no hay bancos libres. Allí rezan los cuatro primeros
misterios del rosario y al terminar se abren los portones centrales con un gran
estrépito: el quinto se cantará en procesión por la calle. Todos marchan detrás de
un gran estandarte de la Virgen del Rosario flanqueado por dos grandes faroles.
La cadencia de las avemarías (que no serán las diez de rigor, sino todas las que
hagan falta hasta llegar al destino) se entremezcla con el continuo crujir de los
cascotes de vidrio en el suelo de las calles. Dos camiones de limpieza esperan
pacientes en una esquina a que pase la comitiva para empezar su labor. Los
campanarios de San Agustín y Santo Domingo se ven borrosos entre la neblina
gris de la mañana. Ya ha empezado a amanecer.


Asun Alberdi el día de la Concentración en Los Arcos


LA SAGA DE LOS LECUMBERRI

Cuando los auroros se instalan en el coro de la iglesia de Santo Domingo,
sorprende ver el rostro joven de un adolescente sentado ante el órgano. Es Jokin
Lekumberri y tiene trece años. Su abuelo era Antonio Lekumberri, aquel que
acompañaba a Juan José en las correrías de los primeros tiempos. Jokin no es
auroro, pero va camino de seguir la tradición familiar de su abuelo y de su padre
Joaquín, el flautista del grupo. Estudia quinto de piano en el conservatorio y
desde hace unos meses toca el órgano en estas ceremonias. Le guía la batuta de
Ángel Inda, que tiene 68 años y pertenece a los auroros de Pamplona desde hace
doce. Vive en Huarte, donde le conocen como "el hombre orquesta", no sólo por
los cinco instrumentos que toca – bandurria, laúd, acordeón, piano y órgano-
sino también por su prolífica trayectoria vital y profesional: estudiante de Letras,
redactor del Norte Deportivo, locutor de radio, director de personal en Super Ser,
entre otras muchas cosas. En lo que respecta a la música, empezó a estudiar los
cinco instrumentos que toca cuando estaba interno en el colegio de los
salesianos, y ya desde entonces se metió en cursos de rondalla, hoy en día
pertenece a tres, ha grabado discos musicales, ha fundado la Escuela de música
de Huarte y es organista titular de las parroquias de Huarte y Mutilva baja desde
hace más de treinta años; ahora tiene un blog de música del que presume que
han visitado más de 32.000 personas. Una trayectoria así explica que no pueda
parar quieto ni en su silla del coro. Ángel corre de su bandurria al órgano para
ayudar a Jokin y del órgano a la bandurria para obedecer a Boni, que incansable
sigue dirigiendo. A mitad de la pieza se levanta bandurria en mano y da vueltas
por el coro mientras toca con emoción los acordes de una melodía de Manuel
Turrillas, músico al que los pamploneses deben la mayoría de los himnos de sus
peñas sanfermineras, los pasodobles, pasacalles y las auroras. Ángel se ufana de
haberlo conocido: "Turrillas formó parte de los Auroros de Santa María, primero
como acordeonista y luego, al pesarle los trece kilos del acordeón, por la edad,
continuó con una filarmónica de teclado hasta su muerte a los 92 años. Lo conocí
y le pedí que compusiera un himno a mi sociedad deportiva -Miravalles de
Huarte-, y lo tenemos".



Jokin Lecumberri con 6 años en Dominicos

JOKIN, EL NUEVO ORGANISTA

Ángel habla muy deprisa, atropellando las palabras,
como si quisiera ganar tiempo para hacer cuanto antes otra cosa nueva. Es un
entusiasta de la música y de los auroros, el mes pasado consiguió organizar el
primer homenaje público a tres de ellos fallecidos recientemente en Pamplona.
Quiere que se les empiece a reconocer su valía y aportación a la vida de la
ciudad. "Las auroras son una joya del folklore navarro. En los auroros hay
historia, pero sobre todo hay vida, mucha vida. Cada verso contiene sentimientos
de muchos navarros, esperanzas, alegrías… Ya dice el juglar que pueblo que
canta no muere. Nosotros, llevados por nuestras creencias y amor a la tierra,
cumplimos la hermosa tarea de perpetuar una genuina tradición heredada".


jokin, con 15 años, el domingo será el organista de los Auroros

Jokin bosteza, juguetea con la banqueta del órgano y se asoma
despreocupadamente por la barandilla del coro. El sermón está siendo largo.
Cuando termina y la gente se levanta para rezar el Credo, se oye una vocecita al
fondo del coro que exclama:
-¡ Catorce con....!
Inmediatamente un grupo de auroros rodea al susodicho y ahoga el final de su
frase:
Javier Zabalza el de la "culturilla"

-¡ Cuánto has dicho!
-¡Catorce con qué!
-¡Qué, qué…!
-¿Qué ha dicho?

Javier Zabalza acaba de parar el cronómetro. Es una vieja tradición entre
auroros contar hasta la última centésima del sermón. Lo anotan cuidadosamente
en un registro, al final del año, suman las cifras y sacan el tiempo total de
predicación oída, así como el récord alcanzado. En esas fichas se apunta de todo:
el lugar y hora de la primera aurora, de la misa, la fecha, las canciones que se
cantan. Lo más divertido es una sección dedicada a variedades, ahí pueden
aparecer desde los grados de temperatura, el clima, el número de auroros que
han acudido o la edad del más viejo que asistió, hasta datos tan curiosos como
que "comulgan 13 monjas" o "R. Madrid 1, Osasuna 1".

A las nueve menos cuarto la misa ha terminado, los auroros y los fieles se
despiden:

Ya terminó la misa del alba,
marchemos todos con Dios en paz,
y disfrutemos con santo gozo
este domingo que Él nos da.
Sí, vamos a reír,
vamos a querer,
vamos a cantar,
vamos a rezar,
pero en paz de Dios.
Quiera el Señor que otro mes de octubre
podamos todos estar aquí,
más si alguien muere, Virgen María,
que vaya al Cielo, ¡llévalo a Ti!
Sí, vamos a reír…


CHURROS DE LA MAÑUETA



Es tradicional acudir después de la misa a la Mañueta, churrería famosa en
Pamplona por abrir solo en sanfermines y los domingos de octubre, esto último
para ellos, claro. Un buen grupito va a la churrería. El resto del año se toman
pastas, pacharán o vino rancio, no hay que olvidar que siempre que se sale es
porque es fiesta. Otros prefieren ir yendo al 74 de la calle Descalzos y tomar algo
allí mientras preparan las pochas para el almuerzo.

Ángel y Boni coinciden en una cafetería cercana. Piden un café y un bollo bien
calientes. Cuando se ha terminado su cruasán Boni mira a Ángel, que aún se
pelea con un lazo de hojaldre.

-¡Hoy pago yo!- anuncia satisfecho mientras extiende a la camarera un billete de 20 euros.
-¿Cómo es eso?
-Pues que estamos a fin de mes ¡y aún me quedan cuarenta euros en la
cartera!
-¡Hombre, qué suerte!- ríe Ángel divertido.

Boni coge la vuelta, cierra la pequeña cartera granate y mientras se sube los
cuellos del abrigo pregunta:

-¿ A que no sabes dónde me voy ahora?
-¿Al monte?
-No. ¡A la cama!

Se despide con un gesto de cabeza, sale a la calle y retoma el camino hacia San
Juan. Son las nueve de la mañana, el cielo está nublado y el termómetro marca
once grados. Otra Pamplona se está despertando.

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