viernes, 13 de diciembre de 2013

"In memoriam": ROQUE ÁLVAREZ, UN RONDALLISTA COMPLETO


OBITUARIO

 

Los hijos de Roque me piden que describa sencilla y llanamente el perfil del amigo fallecido el miércoles día 11 “por el inmenso cariño que le tenías” (José Antonio) y “por lo mucho que te quería“ (Loli).

Es como si me encargan pintar un cuadro sin colores vivos, con tonos grises de un paisaje luminoso. Lo mismo le pidieron al celebrante en el funeral “una homilía sin alabos ni epítetos, como a él le gustaba”.

Roque Álvarez Lemos nació en Pitres (Granada) hace 83 años. Su padre Eugenio les enseñó a tocar instrumentos de cuerda a lo cuatro hijos y daban conciertos en las fiestas  lo pueblos. .A los 20 años fue destinado a cumplir el servicio militar al Frente de San Cristóbal en Pamplona y aquí se quedó.  A los 25 años contrajo matrimonio con la pamplonesa  Elvira Urriza, que falleció hace 17 años. Lo últimos doce años los pasó en compañía de “La Seve”, que fue como un ángel en su camino. Con Elvira  tuvo cuatro hijos: Loli, Teresa, José Antonio y Yolanda; seis nietos: Izaskun, Olga, Jorge, Alicia, Celia y Adrián; y un biznieto: Íker.

Trabajó hasta la jubilación siempre en Fuerzas Eléctricas y poco antes, hace ahora 30 años, compró una huerta en Esquíroz de la que abastecía a toda la familia puerta a puerta, presumiendo de sus cultivos que le hicieron exclamar a su médico de cabecera “no he comido mejores tomates en mi vida...”

Para confeccionar esta crónica me habría bastado poner el magnetófono a la entrada del tanatorio y recoger la impresiones de cuantos le conocieron. Porque por allí pasaron componentes de todas las rondallas en que participó: Yoar, El Salvador, Jus la Rocha, Auroros de Santa Maria, Carabela, Solidarios, Armonía...Las frases más repetidas eran éstas: “un hombre generoso, humilde, que sabía sufrir en silencio llegando a veces con lágrimas en los ojos del trabajo pero que nunca le habían oído hablar mal de nadie, que era una de las mejores personas que habían conocido en la empresa, que lo daba todo  y por eso tenía muchos amigos” . La llegada del biznieto Ïker fue la culminación de su andadura humana, le hizo muy feliz. En el tanatorio a su dos añicos se coló hasta la habitación donde reposaban los restos del bisabuelo, Íker lo vio y salió haciendo gestos de que estaba dormidico al tiempo que le mandaba besitos para que jugara con él...

Quien ama la música ama la vida. Para Roque fue su vocación. Por Santa Cecilia se le acercó un cámara de televisión que no se creía que sabia tocar todos los instrumentos de cuerda y le pidió que hiciera una demostración de bandurria, laúd, guitarra, mandolina y violín. Sin papeles fue desgranando pasodobles de Turrillas, de Isaac Albéniz (su “Granada” favorita), “El Sitio de Zaragoza” que duraba 12 minutos sin un solo error de digitación...Roque era un hombre orquesta.  La música fue la forma de entender la vida a su aire, aprendiendo el lenguaje musical  (el solfeo) a lo 60 años porque para entonces estaba harto de tocarles bellas melodías a sus canarios en la Chantrea donde vivía.. Hasta que le llegó la hora de la verdad, expresión taurina, fue un enamorado de la música de verdad, de la música de plectro (pulso y púa). Su cuerpo hasta última hora fue el mejor instrumento con sus expresivos ojos picarones, con la magia de sus dedos para los arpegios, su apretar los dientes sin rechistar nunca, su voz cadenciosa, sus silencios elocuentes para mostrar que no estaba de acuerdo, su asistencia a los ensayos como si de un concierto se tratara, la sinfonía de amor a la familia...

Por eso tiene tres nietos que van para figuras con el violín, el violoncello y la viola. Uno de ellos, Jorge, interpretó en el funeral “El canto de los pájaros” de  Pau Casals, que arrancó sentidos aplausos.

Tampoco faltó en la ceremonia la voz de los Auroros y la jota brava de Rafael  González, mimbro de la Rondalla Armonía que decía así: “De los que se hacen querer/siempre fuiste un buen amigo/hoy Roque te recordamos/pues tenerte fue un placer”.

La casa de Roque bien podía calificarse de una sucursal de “Casa Arilla” por la cantidad de instrumentos que tenia, incluido el acordeón, que también tocaba.

De Cádiz y Almería le han pedido estos días la Mazurca y el Villancico que llevan su nombre porque él trajo sus melodías de La Alpujarra, que luego el músico Joaquín Saro armonizó.

Sus último tres meses han sido un sufrir callado  para no molestar. Tenía un aire a lo Nelson Mandela por su pelo blanco rizado y talante pacífico, pues también Roque fue un luchador nato, entregado a la familia y a los vecinos del barrio, que cuentan que daba gusto hablar con él por su carácter noble y campechano.

Las vibraciones de la música provocan nostalgias y cuando oigamos sus poéticos sones nos traerán muchos recuerdos. El vibrar de la cuerdas hoy nos produce dolor porque se nos ha ido un ser querido.

Termino este perfil de tono discreto y gris como era deseo de la familia con las palabras de la nieta mayor Izaskun en su último adiós: ”¡Oh, música! Tú nos has enseñado a ver con nuestros oídos y  oír con nuestros corazones. Querido abuelo Roque: tú no te has ido porque vives en la música y la música es eterna”.
Ángel Inda

 LA HIJA LOLI PONE SU FIRMA AL MEMORANDUM

Ángel:
De nuevo agradecerte todas las molestias que te estás tomando por el papá. Seguro que él estará viéndote y pensando que no se merece quitarte tanto tiempo. Dirá: "¡ay, Ángel, Ángel, que a mí no me hace falta que digas tantas cosas...!". Pero en el fondo estará encantado de ver cómo le quería la gente y en especial tú.
Nos ha encantado cómo ha quedado el cuadro con las pinceladas que has recogido.
Repito, Ángel, gracias por todo y cuenta con nosotros para lo que necesites. Siempre tendremos una deuda pendiente contigo.

Un fuerte abrazo,

Loli Álvarez Urriza
                                       
Querida familia, que ya soy un poco vuestro también. Gracias por acogerme con tanto cariño. Seguiremos hablando pues hemos de hacer un bonito "Memorial de Pulso y Púa", que lleve su nombre, como os dije, en la primavera, que está a la vuelta de la esquina...    
Un fuerte abrazo,
Ángel Inda                                              

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