Se trataba un partido de fútbol
norteño, en medio del temporal y el barro pero, a diferencia del Oviedo, el
equipo de Diego Martínez salió a ejecutar fútbol de salón y así le fue. Tercera
derrota consecutiva.
Para ganar
hay que querer ganar. Buscar el triunfo. Hay que plantear estrategias y adecuar
los efectivos. La victoria no llega por arte de magia. Hay que pelearla con
decisión. Es preciso luchar por ella. Cuesta entender que Osasuna lo intentara en el Carlos Tartiere, cuando ni siquiera disparó entre los tres palos en todo
el partido. El portero asturiano no se estrenó. Un fiasco más del
técnico Diego Martínez,
más si cabe cuando resulta imposible explicarse a qué salió a jugar. Tiró por la borda toda la primera parte,
sin proponer nada en ella, sin
reaccionar al gol en contra, y reaccionó en la segunda buscando empuje
pero sin tampoco acertar a crear mínimo peligro.
Dicen que Diego Martínez trabaja como nadie,
que se encierra horas y horas en su despacho, que analiza todo, que no deja
nada a la improvisación, que no hay contrario que se le resista en la pizarra,
que tiene previsto cuanto pueda suceder minuto a minuto o lo que cada jugador
contrario es capaz de realizar. Sin embargo, cuesta entender que tras tan sesudo trabajo siempre haga lo
mismo. Las mismas personas y similares planteamientos. Siempre con un
once reconocible, con los mismos futbolistas, con la orden de defender a toda
costa y a ver qué sucede después. En
Oviedo volvió a pagarlo caro. Quizás cuente también que ya le conocen demasiado y no plantea
alternativas. O no las tiene.
El equipo de Anquela salió en tromba, como los
indios, ocupando en unos segundos todo el campo, a la desbandada, mientras que
los de Diego Martínez lo
hicieron al paso, con estudiado orden táctico. Los primeros dispusieron de un
penalti a los cinco minutos y marcaron a los diez, mientras que los segundos no cruzaron el medio campo hasta el quince.
La lista comparativa podría alargarse hasta el infinito para llegar a la conclusión
de que los carballones salieron a
luchar como gladiadores sobre un terreno impracticable, mientras
que los rojos quisieron ejecutar
fútbol de salón, de regate y pase en corto, sin ninguna posibilidad de hacerlo.
Hasta la segunda parte no se enteraron de qué iba la feria.
La culpa recae en Diego Martínez que alineó medio equipo de tocones
donde resultaba imposible el tuya-mía: Mérida,
Torres, Quique, David y Coris. Lo pagó caro, y tuvo que rectificar
cargando culpas sobre Clerc
tras el gol asturiano, para sacar a Xisco –
a quien el guión del partido pedía a gritos- a costa de recolocar a Coris en el lateral izquierdo.
Desastre consumado con el ‘alumbramiento´
de cara a la galería de Barja y Tano en un momento que ni a mala
leche. Había avisado el técnico que no quería errores individuales sino máxima
atención, y quizás por ello se cargó al mejor lateral izquierdo de la
categoría, Clerc, a mitad
del primer tiempo, pero en realidad se retrató él mismo.
También avisó de factores
externos en contra, y no fue capaz de valorar algo tan evidente como las
circunstancias en que transcurrió la
tercera derrota consecutiva. La próxima vez deberá valorar también los factores internos que
poco o nada favorecen, caso de su tozudez y previsibilidad. ¿Dónde
estaba un jugador como Fausto
Tienza en un partido de músculo, de fuerza? En ningún momento
acertó Diego Martínez con
el planteamiento o su ejecución. Acertó en la segunda parte cuando ordenó a sus
hombres dejarse de zarandajas y practicar un fútbol más directo, pero ni contó
con los jugadores apropiados, ni los buscó en Barja
o Tano, con quienes solo buscó el titular fácil. Ni que le hubiera
asesorado Fran Canal.
El partido del Carlos Tartiere recordó la de hace
tres años en Anduva. Nadie
puede jugar en barrizales invernales como si del Bernabéu
en primavera se tratara. Y si alguien lo planifica de semejante forma, lo
menos que puede hacer después es reconocer su error. Error que entonces se pagó
caro por lo que significó después. En esta ocasión, mucho más exigente, falta saber qué
consecuencias traerá la tercera derrota consecutiva en un equipo confeccionado
para liderar las alturas. Quizás sería una buena ocasión para que Fran Canal saliera a dar
explicaciones, en lugar de marear la perdiz y disfrazar la realidad filtrando
hipotéticas realidades futuras.
(La otra crónica de José Mari Esparza, periodista, sin pelos
en la lengua)
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