"Es el pimer disco alegre que he grabado en mi vida"
MARIANO ACERO RUILÓPEZ / Publicado en "El arte de la fuga" el 3 de octubre)
La semana pasada, momentos antes de comenzar su muy concurrida presentación en La Quinta de Mahler, Raquel Andueza comentaba con su característica jovialidad algo así como que “éste es el primer disco alegre que he grabado en mi vida”. Ya sabemos que no hay que tomar al pie de la letra los comentarios informales, pero sí es cierto que en su ya nutrida discografía abunda la música teñida de cierta melancolía o incluso abiertamente patética, en la que la soprano navarra ha dado lo mejor de sí misma. Pero la novedad que hoy comentamos, en la que Raquel forma parte, como en otras ocasiones, del grupo La Galanía, es, ciertamente, muy distinta, y en ella predomina el tono jubiloso. Pero este disco es mucho más que eso. Entre otras cosas, es una primicia mundial. Y, vaya por delante, el resultado es fantástico.
Veamos. En esta ocasión La Galanía se acerca y nos acerca a la música religiosa de Tarquinio Merula (1595-1665), el organista, violinista y compositor cremonés (aunque no naciera exactamente en la capital de la diócesis), que ocupó puestos destacados en la misma Cremona, Lodi, Bérgamo, Padua y Venecia (además de trabajar para algún que otro monarca) y que desempeñó un importante papel en la evolución de la música instrumental hacia las canónicas formas pleno-barrocas, adoptando decididamente en su música vocal el nuevo estilo veneciano y gozando de gran prestigio en su tiempo. Que hoy su música, salvo determinadas piezas, esté un tanto preterida no se puede achacar, ni mucho menos, a la falta de calidad su cuantiosa obra, sino a la olvidadiza condición humana. La Galanía se ha fijado en Pegaso, la undécima publicación del compositor, aparecida probablemente entre 1633 y 1637 -sólo se conservan ejemplares de la 2ª ed., de 1640- e integrada por Salmi, Motetti, Suonate e Letaniae della Beata Virgine y, lo que es más importante, ha afrontado la primera grabación íntegra de la música religiosa: dieciséis obritas -breves por su dimensión, grandes por su excelencia- destinadas a diversas ceremonias del año litúrgico, de la Navidad al Corpus, pasando, por ejemplo, por la festividad de Todos los Santos o diversas funciones de vísperas. La distribución vocal es variada, de una a seis voces, en las más diversas combinaciones, los efectos tímbricos, también múltiples, sin faltar algo tan barroco como el efecto in eco, y predomina, como avanzábamos al principio, el tono jubiloso -incluso el salmo Confitebor tibi, para cuarteto vocal e instrumentos, tiene un ritmo de chacona-.
Música, pues, de gran repertorio con una interpretación que, simplemente, raya a la altura. Las voces, con Raquel Andueza en primer plano -pero no quiero olvidar a nadie: la segunda soprano Monika Mauch, mi querida Marta Infante, contralto, los tenores Íñigo Casalí y Victor Sordo y el barítono Hugo Oliveira-, perfectamente ensambladas en su caso, desgranan las notas con elegancia, sensibilidad, delicadeza y musicalidad, sienten lo que dicen, matizan cada palabra, transmiten esa sensación de veracidad y autenticidad que sólo los grandes intérpretes consiguen. Y están arropadas por la excelente división instrumental de La Galanía -presente, mas siempre en su medido papel de acompañar y dar relieve a las voces-, que, por su parte, firma una excelente canzona instrumental (“La Vesconte”) en el centro del disco. Y sobrevolando todo, el tiorbista Jesús Fernández Baena, haciendo que todo fluya con naturalidad y que La Galanía vuele tan alto como el caballo alado que da título a la obra y al disco. Sinceramente, el disco me ha encantado y creo que le ocurrirá otro tanto a toda persona sensible. Estamos de enhorabuena. También en España se hacen interpretaciones de categoría de la buena música barroca.
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