La visita a Zaragoza dejó un punto de oro, no tanto por seguir encaramado en el liderato como por las sensaciones que dejó con su juego y su capacidad de sobreponerse al marcador adverso.
Buen partido,
bonito, intenso, con idas y venidas, y ocasiones, lucha, duelos tácticos.
Podría decirse que resultó un partido de Primera.
Poco le faltó al encuentro de La
Romareda para responder a cuantas expectativas había creado. La
visita a Zaragoza es de
las marcadas con una X en
el calendario y no ha decepcionado. El empate es bueno, sobre todo porque deja
mejores sensaciones.
Los maños demostraron ser un potente rival, que apostaba algo más que los tres
puntos, pero las tablas hacen justicia a uno y otro. Ninguno de los dos puede irse disgustado,
aunque ambos gozaron de ocasiones para desequilibrar el electrónico. No
obstante, a Osasuna hay
que darle en este caso un plus, el de sobreponerse al gol en contra y hacerse
dueño del partido en la segunda mitad, en la que imprimió un ritmo vivo al
juego.
La Romareda, las fiestas del Pilar,
el liderato, la segunda mejor entrada de la temporada en Segunda, la prueba de fuego para el
enrachado equipo de Diego Martínez,
las ganas mañas de reivindicarse en una oportunidad más que propicia.
Todos estos ingredientes y más
hervían en la coctelera de las emociones cuando el balón entró en juego, cuando Osasuna salió a por todas, como
gusta verlo, como más conecta con su afición, con el balón en los pies,
conduciendo hacia arriba, pisando área rival, generando ocasiones. Tan fluido
se le veía en tales lides que costó verlo ir de más menos y poder asimilar la
transformación sufrida al cuarto de hora de juego. Dejó su fútbol alegre y pasó
al más oscuro.
Viendo al Osasuna del primer cuarto de hora
cuesta entender cómo dejó que los maños se hicieran dueños de la pelota el
resto de la primera parte. Los rojillos pasaron a aguantar, a contener en el
centro del campo, a dejar pasar los minutos con su maraña de contención. No obstante,
dos detalles rompían el duelo táctico disputado en la parcela ancha.
El primero, la presión del Zaragoza, traducida en
empuje cuando se hizo con el balón. El segundo, la dificultad de Osasuna para mantener el balón en
los pies, incapaz de articular tres pases seguidos. En tales
circunstancias, los maños insistieron más y mejor, y obtuvieron el premio
buscado. Osasuna también
había perdido una de sus mejores virtudes, ese posicionamiento táctico que les
permite jugar el balón de cara.
El fútbol de aguante que tanto
gusta a Diego Martínez tiene
riesgos. Una mala acción tira por la borda toda la estrategia. El penalti en contra dio alas en el Carranza,
pero trajo malos augurios en La Romareda, porque el equipo había
perdido la iniciativa y… la frescura inicial. Sin embargo, el equipo espabiló
tras el descanso. Volvió a rearmarse
anímicamente, tomó la iniciativa, y ya no la dejó.
Pese a que la batalla siguió
delimitada en el centro del campo, las llegadas más frecuentes llevaban color
rojo. Cambiaron las tornas y
los maños se estrenaban en la contención, labor en la que no obstante parecían
sentirse cómodos. Pese al centrocampismo, el partido no perdía intensidad para
nada. Continuó vistoso, vivo.
Había que mover piezas. Los
maños reforzaron su estrategia posicional, mientras que Diego Martínez cambió piezas, pero
con secretas intenciones. Quitó a Sebas
Coris, que a veces resulta difícil entender por dónde andan sus
pensamientos, y a Quique Gonzalez,
que cuando el partido se le tuerce cuesta encontrarlo en el campo.
El míster apostó por la
velocidad y verticalidad de Mateo,
y por la labor impagable de Xisco,
merecedora de un punto y aparte. Faltó el consabido trueque de Roberto Torres por De las Cuevas, a quien se le echó en
falta para dar fluidez al balón entre líneas, pero la lesión de Torró obligó al cambio de cromos
por Arzura como
escolta de Fran Mérida,
alrededor de quien Osasuna articula
el juego y que pagó caro en el penalti el desgaste que sufre a lo largo y ancho
de todo el campo.
Si Osasuna pagó caro su repliegue en
la primera mitad, el Zaragoza resultó
el pagano de la segunda, esta vez en forma de un afortunado
cabezazo de Oier a balón parado. Difícilmente podría llegar el
gol en jugada elaborada, dado el posicionamiento táctico de unos y otros. Los
rojillos extrajeron petróleo de un córner que, además, castigó anímicamente al cuadro maño.
Debía empezar de nuevo y carecía la fuerza para ello.
El cuadro aragonés quedó muy
tocado, incapaz de recuperar la presión inicial, y por ende del empuje que tan buen
resultado le dio media hora antes. Lo más que consiguió fue romper el partido
al final con su último cartucho en el campo, Gaizka
Toquero. No obstante, los dos equipos sabían que un gol en cualquier
portería decidiría el encuentro, y ninguno de los estaba dispuesto a que
sucediera en la suya. Ambos dieron
el empate por bueno, y ciertamente a Osasuna le sentó mejor.
LA OTRA CRÓNICA del periodista José Mari Esparza
para navarra.com
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