La remontada se quedó en empate
Partido intenso, vistoso,
peleado, en el que Osasuna no supo controlar al Barça B, y luego supo rehacerse
y jugar mejor cuando tenía todo en contra.
Osasuna
empezó bien, con
ocasiones y juego, y acabó mejor todavía pese con diez futbolistas sobre el
campo. La pena es la media hora en que dejó campar a sus anchas al filial culé,
tiempo en el que pudo causar un roto, concretado en los dos goles. Sin embargo,
a partir de tal miseria, los rojillos caminaron a la gloria, que llegaron a
tocar, aunque sin hacerse con ella del todo. En cualquier caso, el punto no es
malo. En Segunda hay que puntuar.
Lo mejor es de tres en tres, claro, pero estos accidentes ocurren
periódicamente en una categoría tan irregular, especialmente si median
arbitrajes de nivel tan bajo como el de Ocón
Arraiz, que desquició a los pupilos de Diego
Martínez, víctimas de la provocación del colegiado riojano.
El técnico rojillo sorprendió
con su trío de ‘nueves’ sobre el campo (David,
Xisco, Quique), apuesta avariciosa ante un rival de los que,
presumiblemente, dejan jugar. La propuesta avisaba de un juego directo, sobre
todo porque rehuía la batalla en el centro del campo, que presuponía una
superioridad blaugrana. En la práctica, la idea, que por lo demás se asemejó al
acostumbrado 4-4-2 con Quique
González caído continuamente a banda, salió bien los
primeros minutos, pero se pagó muy cara poco después, cuando los culés se
hicieron dueños del balón. Los jugadores de Diego
Martínez salieron de inicio en tromba, trenzaron bien por las
bandas, especialmente por la del omnipresente Clerc, pero la inercia se acabó
cuando los filiales se situaron a sus anchas sobre el campo.
El equipo de Diego Martínez no presiona. Cuando
el rival ataca le gusta detenerlo posicionalmente, algo que ciertamente le ha
dado buenos dividendos hasta la fecha. No obstante, jugar a esperar a un equipo
joven, fogoso, con una técnica envidiable, un estilo cuajado, y un juego muy
abierto, no resultó suficiente. Sin presión en su contra, los culés se
escapaban con demasiada facilidad. La bisoñez les impidió llegar más a puerta
con peligro, pero en las tres veces que lo consiguieron anotaron dos goles de
manera muy cómoda, y a punto estuvieron de anotar el tercero. Los rojillos
estuvieron media hora sin saber cómo atajar la endiablada circulación interior
blaugrana, sustentada en su poderío en la parcela ancha.
El mérito de los jugadores
rojillos estuvo en saber rehacerse, para lo que contaron con tres factores
fundamentales: su carácter,
el apoyo de la grada, y
los momentos sicológicos de ambos
goles, el final de la primera parte y el comienzo de la segunda.
Quedaba toda una mitad, un mundo, y el partido volvía a comenzar de cero. Las
tornas eran otras, y posibles los tres puntos. Los hombres de Diego Martínez habían convertido
el partido en idas y vueltas continuas
gracias a la casta que le echaron, y así lo siguieron conduciendo hasta el
final. Ahí se sentían más cómodos que los jovenzuelos del Barça B, más amigos de la elaboración y el fútbol
controlado.
La expulsión de Fran Mérida, que pagó su exceso de
revoluciones, pesó como una losa. El técnico rojillo trató de arreglar el
entuerto a costa de romper la tripleta de adelante, por otra parte lenta y
bastante previsible, dando entrada a Fausto
Tienza en el pivote y tratando de conducir con la velocidad de Mateo. Esos dos cambios le funcionaron.
Más discutible resultó la salida de Sebas
Coris, que no tocó el balón los diez minutos que estuvo en el campo.
Encomiable el trabajo y comportamiento del equipo en esa media hora
fatídica, en la que lograron hacer las ocasiones suficientes para ganar,
sustentados en ese fútbol de ida y vuelta que les permitía sujetar a base de
empuje el control del juego, algo que no lograron los culés con su circulación
de balón.
(Por José Mari Esparza,
periodista de navarra.com)
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