La ley del fútbol, inexorable, vuelve a dictar
sentencia. Nadie puede ir contra los números, ni siquiera Enrique
Martín Monreal en su club, Osasuna. La cuarta derrota en El Sadar, donde no
ha sumado ni una victoria en seis partidos, termina con el principal protagonista
del ascenso a Primera División, donde no ha acertado ni con un sistema de
juego, ni un equipo definido, ni con unos resultados acordes con las
expectativas. Apenas siete puntos de 33 posibles no aseguran que el equipo
rojillo pueda competir por la permanencia. Lo dicen los números, la ley del
fútbol.
Enrique Martín quedará en la memoria más agradecida del
osasunismo por evitar dos descensos a Segunda B, así como lograr un
ascenso a Primera, categoría en lo que no ha gozado de la misma
suerte como entrenador. Descendió al equipo en la temporada 1993-94 y ha sido
destituido en ésta. Su brillante y sorprendente campaña del ascenso,
con los inmensos beneficios que ha traído al club en forma de millones de euros
y revalorización del patrimonio deportivo, quedará grabada en la memoria del
aficionado. Pese a que el fútbol no tiene memoria, el recuerdo que
deja Martín borrará la irregular marcha del equipo en estos
once partidos.
Cierto que con el presupuesto que compite
Osasuna no puede optar a grandes logros, pero tampoco a verse
descendido en Navidad, que es a donde le conduce la pendiente en
que se desliza. El nuevo entrenador no garantiza el revulsivo necesario, en
realidad nadie lo puede hacer, pero lo intentará con otros modos y
maneras que al menos cambiarán la dinámica existente. Los jugadores
son quienes más necesitan el cambio. Demandan algo nuevo en que creer. Las
caras y gestos tras el gol del Alavés, y hasta el nivel de
competitividad posterior, expresaban una preocupante falta de fe.
La plantilla necesita confiar en un proyecto, y el
de Martín se había agotado entre cambios continuados de
sistema y desconciertos del jugador. Excepto a la media docena de intocables,
al resto le resultaba difícil entender su rol en el vestuario y en el
campo. Con el nuevo míster parten ahorra todos de cero, si bien
algunos ya saben que sus opciones han mermado en este tiempo. En tales
circunstancias, y también por el bien de sus carreras deportivas,
lo aconsejable será buscar un nuevo destino en el mercado de invierno, algo que
servirá para reorganizar una plantilla demasiado gruesa, con una treintena de
efectivos.
Hay que reorganizar la plantilla, y
también apuntalarla en el mercado invernal, pero sobre todo hay que
rentabilizarla. Al final, parece que Martín había
dado más o menos con un equipo tipo, pero le seguía fallando el sistema, la
forma de encontrar la eficacia de sus hombres. Lo ha intentado todo:
con cuatro o cinco defensas, un pibote o dos, dos puntas o uno, con o sin
extremos, tres o cuatro centrocampistas. Tanto rizó el rizo que llegó a alinear
cuatro laterales, para acabar diciendo tras la derrota del Alavés,
que él no cree tanto en el sistema como en la entrega de los jugadores. Ni una
cosa ni otra, sino las dos y coordinadas con eficacia.
Quizás, Martín lo habría tenido más fácil
aplicando en Primera las cuatro ideas básicas con que triunfó en Segunda, comenzando
pequeño para hacerse grande. No lo hizo y se creó un problema grave con la
categoría, quizás derivado de la óptica que aplicó al principio del campeonato.
Con aquellos mensajes de disfrutar la Primera, que no pasa nada si
se desciende, buscaba quitarse presión él y rebajar la del equipo. Error. No
podía jugar cara a cara a clubes de potencial muy superior, caso del Madrid en
el Bernabéu, porque se la fueron partiendo uno tras otro.
No hacía falta volverse loco, sino centrarse en las
verdades más elementales del fútbol. Decir que los partidos se han ido en
pequeños detalles es una forma sesgada de ver la realidad. Los partidos
se pierden porque no metes tantos o más goles que el rival. Para hacer gol
hay que pisar el área rival, como por fin hizo Oriol Riera en Bilbao,
y si te cierras en la tuya te acaban cosiendo, como el Las Palmas en El
Sadar. La derrota quema, y sobre todo a los jugadores, que son
quienes saltan al escenario y se dejan allí la vida. Si la sufren una
jornada tras otra acaban perdiendo la fe, y eso es lo que ha ocurrido.
Al final, hasta el propio Martín ha acusado la
mala racha. “Nosotros llegamos hasta donde llegamos” dijo tras la
derrota ante el Alavés con un semblante que no guarda ninguna relación con
cualquiera de sus anteriores comparecencias ante los medios de comunicación. La
fama de motivador que le acompaña como entrenador no le ha servido en una
categoría que también exige un nivel futbolístico que el equipo no ha acertado
a dar. A la Primera División solo se le coge el pulso jugando a fútbol,
lo demás suma, ayuda. No aguanta ningún otro discurso, y eso le ha tocado vivir
a Martín, todo un prestidigitador de la palabra y los gestos, en
toda su crudeza en su propia casa.
Cuesta decir que Enrique Martín ya es historia en
Osasuna, que aterrizará en Tajonar su
sustituto, Joaquín Caparrós, un hombre que siempre ha querido
entrenar a Osasuna. A quien sea, por el bien del club, hay que
desearle la suerte que le ha faltado a Martín, y también que
consiga perforar el corazón del osasunismo con la misma intensidad que la
‘bruja’ de Campanas. Significará que ha sacado a Osasuna a
flote. Es lo que importa.
José Mª Esparza
IMÁGENES DE JOAQUÍN CAPARRÓS EN EL SADAR
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