El crujir del fuego entre sus brasas y el calor que desprenden sus casetas evocan mejor que nada el invierno en la ciudad. Verlos llegar en octubre indica que es la hora de desterrar las sandalias y sacar los guantes del cajón. Sus casetas, instaladas en las plazas más características, se han convertido en una estampa típica de Pamplona. Pero ¿quiénes son los castañeros? ¿Por qué las castañas que comemos en la calle saben mucho mejor que las que hacemos en casa?
La respuesta a esta última pregunta la da Txumari, el castañero de Conde Oliveto. Lleva muchos años anunciando la llegada del frío con su venta de castañas y presume de tener el mejor género.. "Las traigo de Galicia y son las más grandes", enseña orgulloso sin dejar de removerlas.
Todos los castañeros de la ciudad tienen licencia para instalarse en las calles entre el 1 de octubre y el 31 de marzo, aunque reconocen que una vez pasado el Día de Reyes la venta se vuelve "más flojica". Si el tiempo acompaña y el frío llega cuando tiene que llegar, las Fiestas del Pilar y los días de Navidad son su punto álgido.
Miguel Martínez Chocarro lleva 26 años ocupando la misma esquina de Merindades. Cuando le preguntas sobre su producto, las castañas, esboza una sonrisa y confiesa que es algo que le ha acompañado toda su vida. “Mis recuerdos de infancia están unidos a las castañas, a su olor y al trabajo de mi padre y mi abuelo”. Su padre estuvo 50 años trabajando como castañero y su abuelo 37. Ahora, él y su hermano comparten oficio de finales de septiembre a enero.
Y es precisamente eso, la temporalidad, la parte más amarga de esta profesión. “Es un oficio que te tiene que gustar. Cuando todo el mundo tiene fiesta, tu tienes más trabajo y, claro, hay que aprovechar estos meses”, explica.
Pero si por algo destacan sus castañas es por ser viajeras. Colombia, Madrid o Barcelona son sólo algunos de sus destinos. “Después de 26 años en el oficio, me encuentro ya con terceras generaciones que piden castañas para llevar a sus abuelos. Suelen ser pequeñas cantidades, pero lo hacen más por el detalle de trasladar el recuerdo de aquellas castañas que tomaban cuando vivían en Pamplona. Gracias a esos clientes creo que subsistimos. La gente sabe dónde estás y te viene a buscar”, termina.
LA SIMPATÍA DEL CASTAÑERO DE ESTAFETA
Josemi López García solía ir a Ginebra, Suiza, a trabajar, cuando se le ocurrió solicitar un puesto de venta de castañas en Pamplona. De eso hace ya 37 años y en aquel momento sólo 'competía' con el puesto de Martínez. Hoy compagina este oficio estival con el de vender barquillos en el paseo Saraste el resto del año.
La simpatía y la calidad de su producto fueron entonces las piezas clave para mantener el negocio. “Yo creo que nos diferenciamos mucho en la calidad porque el precio es muy parecido de un puesto a otro, y bueno, en la simpatía. Tengo que reconocer que a mí me gusta mimar al cliente. Supongo que también influye la calle en la que estoy – Estafeta-, que tiene mucho tránsito y gente muy variopinta”, reconoce.
¿Y cómo sabemos si la castaña es de calidad? López García lo tiene claro a la hora de escoger a sus proveedores: Orense y Portugal. “En los últimos años me he decantado por las castañas de Orense, Galicia, que son de cooperativa, pero también he probado a traer del norte de Portugal, de la zona de Braganza”, explica.
LA DOCENA DE 14 CASTAÑAS DE MERCADERES
En la esquina de Mercaderes con Chapitela monta su puesto desde hace dos años Harold Nuin Gurbindo. Sin embargo, lleva 33 temporadas como castañero. “Empecé con 19 años y cumplo 52 el 14 de enero. Quizá ese sea el motivo por el que vendo una docena con 14 castañas y no 12”, dice. Aunque pronto confiesa que esa no es la única causa. “Cuando un cliente está un poco triste y ve que vendo una docena de 14 castañas, sonríe. Esa es la cara que quiero ver en la gente”, cuenta.
Sobre su pasado habla poco porque “es importante pensar más en el presente”, pero recuerda que llegó al oficio de castañero por casualidad. “Una vez me echaron las cartas en Santiago de Compostela y me dijeron que me iba a salir un trabajo interesante. Y de repente llego, y digo llegó porque no lo pedí. Lo solicitó una amiga y luego no pudo quedarse con el puesto”, relata.
Menos reticente se muestra al hablar del truco para conseguir las mejores castañas. “El trabajo de trastienda, que hacemos mi mujer y yo, consiste en cortar cada castañas por ambos lados, no para picarlas, sino para quitar las malas. Así aseguramos que van sanas”. Además, también da importancia a la técnica del asado. “La mayor parte de los castañeros las asan en una parilla y yo lo hago en un horno, que tiene más distancia, y eso hace que la castaña siempre esté muy asada, no quemada”.
EL ENANITO CASTAÑERO DE SAN IGNACIO
A los pies de la iglesia San Ignacio, en Pamplona, vive desde hace 25 otoños un enanito llamado Fermín. Es el ayudante del castañero pamplonés Joseba de Echarri, de 54 años, que lleva también un cuarto de siglo en la esquina de la avenida San Ignacio con Cortes de Navarra vendiendo castañas “y algo más”. Ese plus es la ilusión que traslada hasta los colegios navarros, donde cuenta cuentos relacionados con el medio ambiente. De hecho, ya ha editado cuatro libros y le han escuchado 25.000 niños.
De Echarri decidió ser castañero en el 92 “por pura necesidad”; ahora, se confiesa “adicto” a una profesión que “no le da para vivir”, pero que le imanta a su castañera todos los años. “No sé comenzar el otoño sin venir a esta esquina a vender castañas. Ni lo sé ni quiero saber qué es no hacerlo”, reconoce.
Sus castañas llegan primero de Baztán -“porque son las primeras que caen”- y después, de El Bierzo (León) -“las mejores que hay”, apunta-. Pero este año tienen un problema muy grave: no ha habido cosecha en Galicia, Portugal y El Bierzo. Así que este año sus frutos son cacereños, del Jerte. “Es un año terrible para la castaña. Está escasa, muy cara y hay que trabajarla muy bien”, explica. Por este motivo, esta temporada se han subido los precios, después de 4 o 5 años manteniendo los mismos. Este es el único “mal” que sufren sus clientes, porque las castañas, asegura, están muy ricas, “las mejores que se pueden conseguir este año”, incluso.
LA LOCOMOTORA HEREDADA DE LA CALLE COMEDIAS
Su locomotora comenzó a humear hace 92 años en la calle Comedias. La puso en marcha su abuelo y 37 años después la heredó su padre, quien regentó el puesto durante medio siglo. Ahora, él, el hijo, el nieto es quien asa las castañas en esta esquina, “por tradición”. Ésta es la quinta temporada del pamplonés Andoni Martínez en este punto de la ciudad, aunque cuenta con otros 20 años más de experiencia, que acumuló en la Taconera.
Su currículum no huele sólo a este típico fruto otoñal, porque asegura con rotundidad que “no se puede vivir de las castañas”. Por eso su castañera sólo funciona los fines de semana, de lunes a viernes trabaja en Findus Congelados. “Lo hago como hobby, como fuerza interior y mental que me aporta el estar aquí”, revela.
Además de la locomotora, Andoni heredó también la clientela, aunque es consciente de que ahora está en su mano el mantenerla. “Todo el mundo viene a preguntar por mi padre; tanto, que el primer año que me cogí su puesto puse un libro de firmas, para que le dedicases unas palabras. Lo llenaron y se lo regalamos en Navidad”, recuerda. Su deseo es que la locomotora vuelva a ser heredada y sean sus hijos, que ahora tienen 11 meses y dos años y medio, sean los próximos castañeros de la calle Comedias.
UNA AVENTURA DE 14 AÑOS EN CONDE OLIVETO
Lo que parecía un trabajo temporal -para salir del paso durante una época en paro- se ha convertido en una aventura que dura ya 14 años para Txumari Borda Villanueva. Este castañero pamplonés, de 51 años, coloca su puesto durante las tardes de otoño en la avenida de Conde Oliveto de la capital navarra, después de trabajar en una empresa por la mañana.
Allí, bajo su chapela y con una camisa de cuadros, colecciona anécdotas para contar a sus hijos. “Los turistas extranjeros se acercan con curiosidad, preguntando qué es. Alguno quiere comérsela sin pelar”, recuerda, entre risas.
Txumari ha tenido el mismo problema que sus compañeros esta temporada. Las castañas son peores y más pequeñas. “Hay que tirar hasta medio saco”, lamenta. Pero eso no impide que su castañera cree ese ambiente especial, que huele a Navidad, durante las tardes otoñales pamplonesas.
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